- Mire usted... Que me ha venido la regla. No, si ya se que no tiene nada de extraordinario que a alguien le venga la regla, ya lo se. Pero oiga, en mi caso, un poco casi que sí...
- Verá... es que es la primera vez.
- Y es que tengo cuarenta años.
- Y es que soy hombre.
El médico me escuchó impasible y a continuación escribió una dirección en un papel, y con un garabato por firma, unas tristes palabras de consuelo y una mal contenida ironía cuando habló del extraño virus que asola a las gentes durante esta época del año, me quiso despedir.
Me hice el remolón y entonces me recetó también Nolotil, "por si los dolores menstruales", me dijo, y se levantó, me levantó, me puso la mano en la espalda y sin parar de hablar de hacer unos análisis para dentro de una semana, ("a ver la evolución"), me empujó fuera de la consulta y llamó al siguiente enfermo de la lista, un señor bajito y delgado con cara de estreñido y a punto de llorar.
Y allí me quedé, en mitad de una sala del Centro Médico, rodeado de señores con caras de estreñidos y a punto de llorar, con una dirección, con una receta y con cara de asombro.
Volví a casa.
"¿Cómo que una dirección?... Tú estás tonto. ¿Y no le has dicho que qué te pasa? ¿Qué cómo se cura? ¿Qué si es para siempre?.... ¿Cómo que no?... Tu estás tonto". Tras estas dulces palabras de apoyo a mi problema, mi mujer me mandó a la dirección de marras con un último y prudente consejo. ("¡¡No vuelvas hasta que no lo soluciones, calzonazos!!")
Cuando llegué, una multitud aguardaba que la tragara unas enormes puertas de un enorme edificio que se abrirían de un momento a otro (según un señor con cara de estreñido y ganas de llorar) y que, seguramente, eruptarían con fuerza después de tal banquete.
Como siempre pasa en mis enfrentamientos con las multitudes que viajan en la misma dirección que yo, me sentí apretujado al principio, luego aplastado y finalmente, cuando rehusé entrar e intenté dar la vuelta, aprisionado entre varios cuerpos que me teletransportaron hacia dentro a pesar de haber levantado los pies y mantenerlos en el aire sin rozar siquiera el suelo.
Al entrar y descongestionarse la pelota de gente, aterricé en un gran salón que ocupaba toda la planta baja del edificio. Excavadas en las paredes y cada cuatro o cinco metros se distribuían ventanillas lo largo de la habitación salpicadas de vez en cuando por puertas de madera macizas que accedían a habitáculos repletos de funcionarios. (Pues sí, era un edificio institucional)
Una vez dentro y en un despiste de la marabunta, me arrojé en brazos de una de aquellas ventanillas tras la cual, la consiguiente funcionaria me miraba expectante.
- Oiga, es que me ha venido la regla.
- Ventanilla treinta y cinco.
- ¿No me oye? ¡Que me ha venido la regla!
- Ventanilla treinta y cinco.
- Es que el médico me ha dado esta...
- ¡¡Que-se-vaya-a-la-ventanilla-treinta-y-cinco!!
Y como no puede ser menos, la ventanilla treinta y cinco era la única con una cola enorme que serpenteaba por todo el edificio. La cola la integraban señores con cara de estreñido a punto de llorar.
Al cabo de las tres horas y cuando creí que me cerraban, llegué a mi destino. Un amable funcionario me pidió que le describiera con exactitud y detalle el problema, cosa que hice gustoso y emocionado al mismo tiempo, porque, por vez primera, un ser humano sería capaz de escuchar sin reservas y abiertamente mis problemas menstruales.
- Oiga, si no he empezado a hablar.
- Está usted acojonado porque tendrá que pagar y eso le tapona el tiroides lo que le provoca un funcionamiento hormonal desfasado. Usted necesita rellenar la Declaración de la Renta, que le saldrá a pagar. Pero no se preocupe. Mire a su alrededor a todos estos señores con la misma cara estreñida que tiene usted. Pasa en esta época. Usted pague y no se desasosiegue, verá cómo todo volverá a su cauce.
Ahora vuelvo a casa a recoger las retenciones, los papeles del préstamo y los papeles del catastro. Me supongo que me esperará mi mujer, así es que me voy a pasar por la farmacia, ya sabéis, a por el Nolotil.