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Erase Una Vez

Dedos

Dedos

Desde siempre, me ha parecido que entrecruzar los dedos de las manos es símbolo de dulce intimidad. El tener entre mis dedos otros dedos significaba poseer parte de la persona que me los ofrecía, y esto me daba miedo, pero en ese gesto había algo que me daba aún más miedo y era que yo también cedía parte de mí mismo.

Por eso he evitado muchas veces el saludo scout (te entrechocas la mano y el meñique lo hundes en el meñique de la otra mano), el dar la mano a gente que no me inspira confianza, el hacer una promesa que no cumpliré y que se sellaría con un apretón de manos. En fin, que me cuesta dar la mano, y nunca jamás entrecruzo los dedos con nadie. Nunca.

Pero esta noche he dormido en la cama nido de mi hijo. Y he recordado cómo me dormía aferrado a las manos de mi madre casi de bebé, buscando, entre los barrotes de la cuna uno o dos de sus dedos o lo que ella quisiera dejarme, y eso hacia que me sintiera protegido y durmiera mejor.

Así que he buscado los dedos dormidos de mi pequeño y los he entrecruzado con los míos. Me he emocionado de miedo y de bienestar y he dormido agradablemente protegido por él.

El presentador

El presentador

Soy presentador.

Ya desde pequeñito jugaba a presentar las noticias, a leerlas con mucho énfasis en la parte más interesante, a medio aprendérmelas e inventar un texto no escrito pero que, dicho desde mi convencimiento, conseguía más fuerza, y, por supuesto, a mirar con intensidad a las imaginarias cámaras.

Creé una muletilla cuando presentaba una noticia de injusticia social ("Y esto me puede"), hacía siempre los mismos gestos cuando daba paso a los vídeos o a reportajes (dibujaba una gran "O" con ambas manos y acababa señalando a la cámara lateral). Además daba pequeños golpes en la mesa con las palmas abiertas cuando estaba indignado, sonreía irónicamente enarcando una ceja cuando leía una curiosidad, e incluso aplaudía sosegadamente aprobando con la cabeza delante de un premio, un buen gol, un juez que impartía mi justicia o el anuncio de una buena película en la cartelera.

Creé un estilo. Vivía únicamente para mi estilo. Mi estilo era la meta de mi vida.

Y ahora, ya de mayor, cuando me pongo delante de la cámara, amplío todos los registros que puedo para afianzar mi propio estilo de comunicar, y por ende mi vida: abro enormes ojos de sorpresa, hago preguntas con la mirada, aprieto puños de solidaridad, niego imposibles con la cabeza, entrechoco las manos de alegría, en fin... que con mi estilo he conseguido cierta fama e incluso que algunos imitadores me parodien.

Sin embargo, he de confesar que hace algún tiempo estuve en punto muerto, al borde de tirar la toalla. Parecía que se me habían agotado todos los gestos, todas las muletillas, todas las miradas a cámara y recurría continuamente a los intuitivos de la infancia, a los de la fantasía creativa que tenía de niño... hasta que se me acabaron también. Casi hago una locura cuando me quedé sólo delante del reborde de aquel acantilado.

Por suerte, cambié un viaje en el vacío por ver, ya de regreso en casa derrumbado en el sofá, un programa de televisión en donde actuaba en esos momentos uno de aquellos imitadores que me duplicaba los gestos.

Me enfadé con sus exageraciones que rayaban el ridículo, con su peinado estrambótico y sus excesos de maquillaje que criticaban mi aspecto presumido. Y luego hubo algo nuevo, un giro, un gesto fresco, inédito, algo que podía utilizar de verdad en las noticias y me levanté de golpe del asiento y comencé a practicarlo. Hubo muchos más que anoté con lujuria en una puerta de escape que en ese instante se me abrió.

Desde entonces no me pierdo ningún show de imitadores. Incluso declaro que me enfado con los imitadores para conseguir que me imiten más y recoger ideas nuevas que lancen.

En estos momentos estoy imitando al imitador que me imita, que recogerá estos mismos gestos para volver a imitarlos y, si tengo suerte, para crear un gesto nuevo que imitaré yo. He vuelto a la vida , a la sonrisa, a recrear mi estilo, aunque sea a costa de reimitar la imitación de mi estilo.

 

Sueños

Sueños

Sueño con el tiempo (y me das besos de aire o caricias de dedos que barajan el pelo o calor cansado de tanto cariño o brillo cálido en tus ojos, en tu boca, en tu abrazo).

Y aún tengo el temblor de tus piernas entre mis dedos, el deseo de tus labios entre los míos, tu voz que me refresca el alma y mis brazos escudándonos de la falta de ganas de todo.

Sí. Aún creo en esto... Aunque tus temblores sólo sean mis sueños

Recuperar

Recuperar

De camino en camino y ahorrando caminos de agua, buscamos otros caminos, caminos rotos y remendados cien veces, y así, caminando entre harapos, vamos surcando la vida.

Y no nos damos cuenta de que los compañeros de viaje que nos ayudan a caminar son los que ponen los remiendos mejores y más resistentes. Y tampoco nos damos cuenta que nos apoyamos tanto en sus espaldas, que al final terminan derrumbándose y a veces no somos capaces ni de echarles una mano cuando debiéramos porque ni siquiera nos damos cuenta que se han caído... y no apreciamos su caída de tan acostumbrados que estamos a su presencia, ¿verdad?

Ha llegado la hora de dejar de mirarnos nuestro ombligo y ver a nuestro alrededor la gente que camina cerca, por nuestros mismos caminos de harapos, por nuestras mismas ruinas, por nuestras mismas sombras. Ha llegado la hora de dejar de caminar triste, y parar y ayudar para variar. Ha llegado la hora de capturar y dejarnos capturar por amigos y dejar que nos conozcan un poco mejor ...

Y es que me gustaría recuperar el odio que le tenía a la frase esa de nadie hace nada por nadie a cambio de nada...

No podemos

No podemos

No se puede dejar de mirar al interior de nosotros mismos. Se nos puede escapar algo que nos ayude a conocernos mejor y por eso hay que rebañar nuestros propios datos y rebuscar en los posos de café antes de siquiera pensar en tirarlos.

Así me entero que soy débil, que te quiero y no puedo hacer nada para alegrarte el día y que dejo esa delicada tarea de arrancarte sonrisas en manos de nuestros hijos, de sus frases vitales.

Así me entero que te evades, que no estás, que no me evitas, que dejas caer el alma un poco en mí cuando te abrazo y no puedo darte calor, o al menos no darte tanto como un día te supe dar. Ese día me supongo que estaba más comprometido que ahora.

Así me entero que necesito ayudarte y que quiero darme y que no se si me quieres recibir y que tampoco hago lo suficiente para facilitarte la vida y que tampoco sé si realmente quieres que te la facilite.

Y todo está en calma. Todo es plano. Sin chispas. Hasta que surge una sonrisa por una frase del pequeño o por un guiño a la vida del mayor. Y me alegro por ti....

Así me entero que te quiero, que te entiendo y que soy débil.

Quiero seguir intentándolo y seguir amándote.

Isabelita

Isabelita

Hasta ayer, Isabelita era mi suegra. Hoy mi hijo me ha preguntado por qué no le ponían la lápida.

Ha visto cómo entraba en el nicho del panteón. Era el de arriba y se necesitaba un andamio y un par de hombres sobre él ayudando y dirigiendo al empuje de los de abajo. Ha visto también cómo meticulosamente elegían los ladrillos y los enyesaban para taponarlo. Había que cortar con la paleta trozos de ladrillo y encajarlos en la anchura de la entrada, porque dos ladrillos no eran suficientes y tres no cabían. También han dado forma a los que han tapado el arco superior quitando trozos de aquí y de allá para dejarlos en semicircunferencia.

Se ha despedido de ella. Eso me ha dicho. No sé si le ha dicho adiós o hasta luego, que es lo que siempre me gusta decir a mí (aunque sepa que no vaya a volver a ver más a la persona a la que despida).

Han cubierto los ladrillos con una capa de yeso, echada a mano, con mucha delicadeza, sin ruido, y la han repasado con la llana para embellecerla y que quedara totalmente lisa.

Tal vez se haya acordado de su sonrisa de hace unos años, de sus ojos de ver siempre las botellas medio llenas, de sus quitar hierro a las cosas y de su calor cercano.

Luego han paseado una esponja húmeda para limpiar salpicaduras de yeso no deseadas y dejar un halo reluciente que tristemente se ha secado pronto.

Me ha abrazado y me ha dicho si podía ayudar a rellenar con agua los búcaros de cristal tallado para los últimos ramos de rosas.

"Sí, claro, corre con el tito y échale una mano"

Han, retirado el andamio, barrido el yeso del suelo y entrado todas las flores entre las que nos movíamos los asistentes.

     - "¿Por qué no le ponen la lápida?

     -  Porque no le han tallada todavía. Luego se la pondrán.

     -  ¿Cuándo?

     -  No lo sé. Tardarán dos o tres semanas."

 Han puesto los ramos en su sitio y nos hemos retirado a la sombra después de cerrar el panteón.

Cuando volvíamos le he preguntado si quería ir esta tarde al cole y me ha dicho que sí.

 

Isabelita creía en Dios y los tres sacerdotes que han concelebrado la misa en el tanatorio no sólo la conocían sino que la querían y admiraban. Gabriel la ha descrito tal y cómo era hace siete años. Me quedo con una frase: "Isabel era de esas personas que tenía el corazón limpio".

Isabelita tenía Alzheimer, y desde hace siete años, poco a poco dejó de ser Isabelita y se convirtió en unos ojos que daban miedo, que no reconocían, a los que les pedías un destello de razón y que, de vez en cuando, (son sólo sospechas) te lo daban, pero sólo unas décimas de segundo. Y entonces sus hijos la cubrían de besos y de caricias, que eran a lo que ella se mostraba más receptiva.

Mi esposa se ha acercado esta tarde a casa de sus padres, la tenemos enfrente de la nuestra. Ha estado con su padre, que después del tanatorio, la misa y el cementerio estaba cansado y sonrientemente triste.

Luego, han ido apareciendo los demás hermanos "a ver cómo estaba el papá". Ha vuelto y me lo ha contado. Este fin de semana le tocaba hacerlo a ella.

Mi esposa me ha pedido que mañana no vaya a trabajar, que me quede con ella. Sabe que no va a cambiar su estado de ánimo, pero se va a sentir algo más acompañada....

Hasta luego, Isabelita

 

 

Homer

Homer

El otro día oí gritar desesperadamente a Homer:

- ¡¡Rápido, Bart!! ¡¡Enciende la tele, que estoy empezando a pensar!!

Tengo una vaca que se llama ciones. Estos días la llamo.

Tengo una vaca que se llama ciones. Estos días la llamo.

La vaca me dirige hacia el mar, a ver qué se cuentan las olas y las sombras de las sombrillas, a ver si podemos jugar en mitad de la arena, o en mitad del mar, o en mitad de una isla...  ¡vete tú a saber!.

 En Agosto,cuando venga una barca a rescatarnos de tierra firme, iremos a sur-suroeste, a la isla de los piratas, y también pero hacia el este, si me dejan las medusas, bucearemos en una cueva pequeñita, escondite seguro de filibusteros del siglo XVII, y si arribamos temprano, como media hora después de ver amanecer, regalaré a mis sentidos unas brillantes aguas turquesas, sorpresa de la gran montaña de Cope.

O a lo peor se tuerce el verano y no queda nada... ¡vete tú a saber!

Un abrazo a tod@s y hasta pronto.

Escultores

Escultores

A veces, cuando no llevo ni veinte minutos en la cama y estoy en ese duermevela caótico, lleno de sueños que puedes tocar con la punta de tus dedos, de sabores que te inundan la garganta y deseos que quieren desbordar, te encuentras con imágenes curiosas que se te quedan grabadas si te despiertan en esos momentos y que saturan tu necesidad de descanso.

La última fue ayer jueves.

 Al cabo del poco tiempo de meterme en cama mi hijo pequeño gritó y salí de ese duermevela para ir a verlo. En los cuatro pasos para llegar a su habitación seguí dentro del proyecto de sueño de aquella noche. Yo era un escultor que no usaba martillo y escoplo sino que sacaba las formas ocultas en la piedra a base de pasar lentamente el dedo por encima de ellas y pensarlas.

La sensación fue tan real, que la arena arrancada de la roca al "tallarla" con la imaginación, me golpeaba la cara y con las manos la quería apartar o al menos protegerme de ella.

Mi hijo debió verme que entraba así a su habitación y me dijo con voz llorona "¿Tú también los has visto, papi?". Me desperté del todo y sin decir palabra, le dí un poquito de zumo , le ofrecí la mano y esperé un par de minutos a que cerrara los ojos.

Lo que asusta me disgusta

Lo que asusta me disgusta

 

A veces hablo con los fantasmas que se han pasado a tomar algo por el frigorífico, y les noto algo familiar. Entonces me miro al espejo y no me encuentro. Harto ya, recojo las cadenas y me voy a dormir hasta la medianoche del día siguiente

Sin ojos

Sin ojos

Me he sentado en un taburete sin respaldo en mitad de mi dormitorio a las doce del medio día, he cerrado las ventanas a cal y canto, he apagado los apliques de las mesillas, he puesto toallas debajo de las puertas para evitar destellos de cualquier luz y he dejado que la oscuridad más absoluta me envuelva.

Cierro los ojos. Respiro profundo y lento. Vuelo.

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Pasan diez minutos

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Abro los ojos para perderme en la oscuridad.

Estoy aquí, sentado en mitad de una habitación sin vistas, totalmente cerrada al aire exterior y supongo que al aire interior también, escuchando el tenue aullido de un furioso viento de tormenta al regatear los obstáculos que me protegen de su poder. Protesta el plástico de las persianas al combatir su empuje y golpea como tambor irregular las rendijas de metal que las encaja. Los ojos no me sirven. Y en este momento no me importa que no me sirvan

No dejo penetrar ninguna brizna de luz y se cuelan rayos de viento en esta alcoba. Así pienso que es mi vida. Llena de ruido y escasita de luz.

Me acuesto en la cama, me ovillo y ¡vuelo!

Ocilleántropo

Ocilleántropo

Bueno, ya sabéis cómo va esto. Una noche sales a disfrutar de la luna llena y te encuentras con un animal simpático, lo acaricias, te muerde y te cambia la vida.

Y entonces, todos tus sentidos se agudizan: hueles y escuchas mejor. Incluso cantas mejor y aunque te acompaña la fuerza que te hace sobrevivir cada día, hay algo que te impide huir. Los ruidos fuertes te molestan y protestas cantando y te salen en el cuerpo unos plumones extraños que te recubren desde los pies hasta el cuello y la cabeza, pelada, calva y aviejada, se vuelve rosa. Y justo, debajo de la papada, te crecen dos largas berrugas. Te da la impresión que te falta cerebro...

Todo explota en la siguiente luna llena y te transformas en el animal que has sido todos estas semanas y la perversa naturaleza que hay en ti, te obliga a descargar tu ira

Algunos tienen suerte y les muerde un lobo. A mí, en cambio, me ha acompañado la misma mala suerte perra de siempre y me ha mordido un pavo. Hay que joderse. Soy un hombre pavo. O si queréis un Ocilleántropo.

Esta noche es luna llena y salgo a vengarme. Es la naturaleza de esta putada: la venganza. Voy a morder a veinte por lo menos. No sabéis la cantidad de hombres-pavo que hay sueltos por ahí. ¡¡¡NO LO SABÉISSS!!!

Salir volando

Salir volando

Ayer necesité viajar. Así que me subí a las aspas del ventilador del dormitorio de mi chiquillo y lo conecté. Salí volando por la ventana y he comprobado que es mejor que ir en bici porque se ve todo desde las alturas y aunque te mareas un poco y si asciendes mucho te falta el oxígeno, de verdad que merece la pena. Todavía no he vuelto, claro, porque los viajes de altos vuelos deben ser largos y bonitos. ¿Os gustan las vistas?

Hola...

¿Me dejas tenerte un poco conmigo?

pintores

pintores

Necesitaba el color de tu alma para pintarme por dentro. Necesitaba atravesar esa alegre sonrisa de ojos tristes y bucearte.

Y tu me gritas al oído todo lo que necesito para pintar pero no te escucho. Y eso que ni siquiera tengo ya la venda que no me dejaba escuchar.

En una azucena colgabas tus horas muertas y me pinté de perfume blanco.

Me equivoqué.

Luego te vi hablar con el mar y me tizné de azul espuma diamante.

Me equivoqué.

Mas tarde ofreciste al sol tu rostro y me cubrí de polen dorado y dulzón.

Me equivoqué.

Ahora no te pienso. Te has ido. Porque aunque estés ya no estás. Por eso te has ido. Y eso que estás. O puede que a lo mejor me haya ido yo. Sí, será eso.

Ahora he encontrado un gris marengo casi negro. No se si me equivoco...

Esos días...

Esos días...

-   Mire usted... Que me ha venido la regla. No, si ya se que no tiene nada de extraordinario que a alguien le venga la regla, ya lo se. Pero oiga, en mi caso, un poco casi que sí...

-   Verá... es que es la primera vez.

-   Y es que tengo cuarenta años.

-   Y es que soy hombre.

El médico me escuchó impasible y a continuación escribió una dirección en un papel, y con un garabato por firma, unas tristes palabras de consuelo y una mal contenida ironía cuando habló del extraño virus que asola a las gentes durante esta época del año, me quiso despedir.

Me hice el remolón y entonces me recetó también Nolotil, "por si los dolores menstruales", me dijo, y se levantó, me levantó, me puso la mano en la espalda y sin parar de hablar de hacer unos análisis para dentro de una semana, ("a ver la evolución"), me empujó fuera de la consulta y llamó al siguiente enfermo de la lista, un señor bajito y delgado con cara de estreñido y a punto de llorar.

Y allí me quedé, en mitad de una sala del Centro Médico, rodeado de señores con caras de estreñidos y a punto de llorar, con una dirección, con una receta y con cara de asombro.

Volví a casa.

"¿Cómo que una dirección?... Tú estás tonto. ¿Y no le has dicho que qué te pasa? ¿Qué cómo se cura? ¿Qué si es para siempre?.... ¿Cómo que no?... Tu estás tonto". Tras estas dulces palabras de apoyo a mi problema, mi mujer me mandó a la dirección de marras con un último y prudente consejo. ("¡¡No vuelvas hasta que no lo soluciones, calzonazos!!")

Cuando llegué, una multitud aguardaba que la tragara unas enormes puertas de un enorme edificio que se abrirían de un momento a otro (según un señor con cara de estreñido y ganas de llorar) y que, seguramente, eruptarían con fuerza después de tal banquete.

Como siempre pasa en mis enfrentamientos con las multitudes que viajan en la misma dirección que yo, me sentí apretujado al principio, luego aplastado y finalmente, cuando rehusé entrar e intenté dar la vuelta, aprisionado entre varios cuerpos que me teletransportaron hacia dentro a pesar de haber levantado los pies y mantenerlos en el aire sin rozar siquiera el suelo.

Al entrar y descongestionarse la pelota de gente, aterricé en un gran salón que ocupaba toda la planta baja del edificio. Excavadas en las paredes y cada cuatro o cinco metros se distribuían ventanillas lo largo de la habitación salpicadas de vez en cuando por puertas de madera macizas que accedían a habitáculos repletos de funcionarios. (Pues sí, era un edificio institucional)

Una vez dentro y en un despiste de la marabunta, me arrojé en brazos de una de aquellas ventanillas tras la cual, la consiguiente funcionaria me miraba expectante.

     -  Oiga, es que me ha venido la regla.

     -   Ventanilla treinta y cinco.

     -   ¿No me oye? ¡Que me ha venido la regla!

     -   Ventanilla treinta y cinco.

     -   Es que el médico me ha dado esta...

     -   ¡¡Que-se-vaya-a-la-ventanilla-treinta-y-cinco!!

Y como no puede ser menos, la ventanilla treinta y cinco era la única con una cola enorme que serpenteaba por todo el edificio. La cola la integraban señores con cara de estreñido a punto de llorar.

Al cabo de las tres horas y cuando creí que me cerraban, llegué a mi destino. Un amable funcionario me pidió que le describiera con exactitud y detalle el problema, cosa que hice gustoso y emocionado al mismo tiempo, porque, por vez primera, un ser humano sería capaz de escuchar sin reservas y abiertamente mis problemas menstruales.

 

         -   Ya está. No me diga más.

         -   Oiga, si no he empezado a hablar.

         -   ¿Ha rellenado la declaración de Hacienda?

         -   No.

        -   Está usted acojonado porque tendrá que pagar y eso le tapona el tiroides lo que le provoca un funcionamiento hormonal desfasado. Usted necesita rellenar la Declaración de la Renta, que le saldrá a pagar. Pero no se preocupe. Mire a su alrededor a todos estos señores con la misma cara estreñida que tiene usted. Pasa en esta época. Usted pague y no se desasosiegue, verá cómo todo volverá a su cauce.

    Ahora vuelvo a casa a recoger las retenciones, los papeles del préstamo y los papeles del catastro. Me supongo que me esperará mi mujer, así es que me voy a pasar por la farmacia, ya sabéis, a por el Nolotil.

Cara

Cara

Tengo una cara que me sigue. Tenéis que saber que es una cara desvergonzada porque siempre se anda riendo en voz alta, hasta en las peores situaciones. No se calla ni cuando vamos en bicicleta a trabajar.

Por ejemplo, la Señora Martínez, la vecina del tercero, tuvo un pálpito al pasar por delante de la administración de lotería del barrio, así que entró y se compró un décimo pensando en el primer premio. Lo fue pregonando por todas las tiendas (lo del pálpito y el décimo del primer premio digo) y como la gente la veía tan convencida y le ponía tanto entusiasmo en lo que le iba a cambiar la vida, tuvo tanta envidia que empezó a pensar lo que siempre se piensa en estas situaciones, que viene a ser algo como "¿Y si fuera verdad?". Tantos pensaron lo mismo que todos se lo creyeron. Y como se puede imaginar por supuesto que todos compraron un décimo. El lotero Geremías (con G, como los Jeremías italianos) ante la avalancha de peticiones, consiguió todos los décimos de la provincia del mismo número y aún más de alguna otra ciudad distante. Hasta él mismo se quedó con toda una serie y la guardó como tesoro de mucho valor en la cajita de seguridad de uno de los bancos del centro, esa de la que ni siquiera su mujer sabía que existía y que estaba pegadita, pegadita a la que tenía su mujer, esa de la que ni siquiera el Geremías sabía que existía.

El último en sentir el pálpito de envidia de la buena vida, fui yo y acabé en la administración de lotería del Geremías con el susodicho cuento del pálpito y del décimo del primer premio, que yo también lo había sentido. La cara, que en ese momento se partía de risa detrás de mí, me puso en evidencia porque me dejó por mentiroso y aprovechado, y el Geremías (con G como los Jeremías italianos) le hizo coro y se rió a gusto porque ya no le quedaban décimos y me soltó un décimo de un número feo, feo, (con deciros que empezaba en 0 y terminaba en 00 os haréis una idea). Yo, para no hacerle el idem (el feo) le pedí seis décimos. La cara que me sigue lloró de risa cuando los pagué y como al Geremías le faltó tiempo para publicarlo en el barrio, la gente me señalaba con el dedo cuando salía de mi pisito e iba al súper a conseguir comida, al kiosco a por el periódico, cuando sacaba a pasear a la tortuga (bueno no, cuando salía a pasear con la tortuga, siempre lo hacían), o cuando iba a comprar churros (sí, hasta el churrero) y se burlaban hasta hartarse, y encima, la cara, les acompañaba cantando una canción que hablaba de un torpe comprador inútil que gastó dinero fútil en conseguir su enésimo y difícil décimo que comprado con apremio, resultó ser bohemio. Me pongo muy triste al recordar todo aquello.

Ahora me he tenido que ir del barrio porque no soporté las risitas que la cara que me sigue dedicaba a la gente cuando salíamos a pasear (ya sabéis,  a los que me señalaban con el dedo). Ni tampoco la triste carcajada que le soltó al Geremías (con G, como los Jeremías italianos) al pasar por delante de la administración, y, bueno, cuando nos encontramos con la pitonisa Martínez (es que ahora llaman así a mi vecina del tercero), me avergonzó de tanta risa que le entró. La muy caradura provocó la situación más embarazosa de toda mi vida.

Por eso me he tenido que ir del barrio. Ahora saco a la tortuga a pasear por mi piscina y muchas veces lo hago en moto. El mayordomo me dice que estropeo el césped, y oigo cómo la cara que me sigue se ríe del mayordomo. A veces no sé cómo nos aguanta y no se nos despide. Yo creo que en fondo me tiene cariño, y no como el Geremías (con G, como los Jeremías italianos) que se reía de mí y de mis cosas.

La pecera

La pecera

Hoy he entrado de nuevo en la habitación.

Esta vez, al asomarme por el agujero, una succión me ha arrastrado dentro, me ha revolcado, dado la vuelta, y un movimiento peristáltico me ha conducido a ella.

Me sentía como tragado por una serpiente y veía perfectamente las contracciones de su cuerpo, que por dentro era rugoso, rojo, retorcido y sin fin jugando con mi oposición al avance, con mi terror a llegar al fondo. Me daba asco por lo viscoso de sus flujos devoradores y no dejaba tregua en su empeño por acercarme a donde me negaba con todas mis fuerzas a llegar. Clavaba mis uñas en las paredes carnosas para detenerme y poder escapar, y eso era lo que más le complacía, mi lucha por sobrevivir. Entonces segregaba más excreciones hasta ahogarme y apretaba con fuerza sus paredes juntándolas, haciendo el vacío y hundiéndome cada vez más hacia la oscuridad final, que no era otra cosa que la entrada a la habitación.

Mi pesadilla empezó en ese momento.

La luz se transformó de oscuro tunel rojizo a suave cielo pastel, y las nubes de aquel terrible cielo se llenaron con peces bobos, simpáticos, de labios gruesos permanentemente abiertos, boqueando burbujas vacías de un aire marrón que me envenenaban dulces la boca y los ojos.

Todos los peces nadaban en aquella secreción viscosa hacia mí, despacio, inexorables. Cada uno de ellos era de un color pastel, como queriendo hacer juego con aquel perverso cielo: rosa pálido, amarillo pajizo, verde mar, naranja difuso. Demasiados fijaron su vista saltona sobre mí. Sus panzas se arrastraban por el suelo y su dorsal era alto, sin orgullo. Dentro de ese agua insalubre sudé, temblé de miedo.

Un pez verde sorbió mis pies. No sentí nada. Sólo grité y mi grito se perdió entre el silencio de esas burbujas vacías. Pateé y conseguí soltarme. El pez reventó y todo se cubrió de una masa negra y espesa, y si queréis, llamadme loco porque os voy a asegurar que hasta debajo del agua la pude oler. Todo mi cuerpo se saturó de aquel olor a podrido. Y todo aquella masa podrida se dispersó entre los demás peces que sin cambiar su expresión ni su rapidez en el nado, aprovecharon para nutrirse del que fue su compañero. Parecía como si estuvieran esperando su estallido, como si todos ellos supieran que su fin era estallar y rellenar de negror podrido aquella pecera.

Braceé cuanto pude para escapar de aquella peste y fue cuando noté que de un insoportable tirón me arrancaron un trozo de carne. Casi llorando miré qué me comía. Alcancé a ver, en mitad de un violento remolino una pequeña serpiente con la cabeza hundida en mi estómago devorando todo lo que podía. Y me reí. Me reí en medio de mi llanto porque al ver esa serpiente hurgándome, recordé las imágenes de aquellos espermatozoides que son los primeros en llegar al óvulo, coleando furiosos de puro contento por haber cumplido su objetivo.

Volví a gritar y a dejar escapar burbujas grandes como sandías porque lo que ví se asemejaba a la nube de espermatozoides que queda rodeando el óvulo cuando es fecundado, sí. Pero no se trataba de espermatozoides que morirían al cabo de unas horas aceptando su triste destino, sino de una bandada de compañeras de la que me estaba engullendo dispuestas a sobrevivir a costa de mí.

Arrugas

Arrugas

Un pequeñajo de seis años me preguntó no hace mucho si me dolía mirar.

Como me dejó pensando, me volvió a preguntar que si me había enfadado.

Como no sabía qué responder y lo miré como se mira al que entra a saco en tus entrañas, me dio un abrazo.

Cuando me repuse de la conmoción, le cosí a preguntas y al cabo fue, que identificó dolor con arrugas de ojeras.

Como me vio reir, se dio la vuelta desinteresado y sacó un juguete para desintoxicarse de mi risa.

Entonces le expliqué que mis arrugas eran buenas porque significaba que había visto mucho, no que me dolieran. Le admití que había visto cosas malas y cosas buenas pero que cada vez que lo veía a él me hacía reir de contento y que era entonces cuando se marcaban las arrugas, osea que las arrugas eran pura alegría y que por eso las arrugas no eran malas.

Como se quedó cavilando le pregunté por sus pensamientos y me dijo que él no tenía arrugas y eso que se reía mucho...

Entonces le invité a una hamburguesa en el Mac Donald y le prometí que de mayor tendría más arrugas que yo.

Me preguntó qué juguete venía con la hamburguesa...

El gran viaje

El gran viaje

He calculado que puedo vivir con 20 euros diarios, incluyendo comida, desplazamientos cortos, y ropa. Por eso me hice bloger. Ya sabéis. Para dar la vuelta al mundo. Es una idea madurada durante cortas horas y largos momentos. Es una idea simple, obsesiva, prudente, serenamente alocada pero que no he podido quitármela de la cabeza en todos estos años.

Veréis, tengo una especie de amor en cada puerto, una red de araña con todos los nudos necesarios tejida pausadamente con delicadeza, con dulzura, con mucha ternura, pero una red de araña al fin y al cabo. En ella me dispongo a pasar mis noches, mis conversaciones, mis andares y mis cuentos porque en alguna casa de alguna ciudad de cada país vive un nudo de la red, desconocido pero muy familiar, con el que he intercambiado pensamientos tan íntimos como inconfesables, sentimientos de felicidad, de angustia, de esperanza, con el que he intercambiado vida, ideas y opiniones y con el que, alguna vez le he dejado caer la posibilidad de ser un okupa en su cama (o sofá, o garaje, o trastero, no penséis mal).

Seleccionados los confiados nudos que dijeron sí, he inventado un itinerario de amores hospitalarios a través del camino más largo que he podido y consigo partir por levante y regresar por poniente, atravesando cuatro continentes y tres océanos y alguna que otra isla en terreno de nadie y en, preveo, dos o tres años.

He mandado un sobre cerrado a mi nombre a la oficina postal de cada ciudad que visitaré con los 20 euros que durará mi estancia allí (porque me pienso quedar sólo el tiempo que tarde en gastarlos) y el nick del nudo amable en cuestión.

Como equipaje, un saco de dormir, una tienda de campaña, una camiseta de manga larga, una bufanda, unos pantalones cortos, las Leyendas de Becquer, Rayuela y El Perfume, una sonrisa, una callada compañía que continúen una conversación inacabada o un abrazo de palabras silenciosas relleno de calor. ¡Ah!, también un portátil o una lista de cibercafés, por supuesto.

En fin, que lo único capaz de torcerme el proyecto es que algún nudo se encuentre haciendo el mismo viaje y a la misma vez que yo... o que me tuviera que llevar a los críos, claro.