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Erase Una Vez

El amuleto o tómate un café mientras lo lees

El amuleto o tómate un café mientras lo lees
El vecino de abajo tiene un amuleto que le da buena suerte. El amuleto es un señor hecho con palotes y de cabeza redonda que sujeta un arco iris entre sus brazos totalmente abiertos y que tiene separadas las piernas.
Como suele pasar en estos casos, cada vez que el vecino olvidaba su amuleto, le costaba tiempo y dinero resolver el día, pero, en cambio, a los que quedábamos en el edificio la vida se encargaba de demostrarnos su lado amable.
Como suele pasar en estos casos el secreto del amuleto era lo que el vecino mejor guardaba de su casa, pero no se podía decir lo mismo de su lengua, ni de su afición a la fiesta de unas cervezas frescas y unos pinchos de tortilla de patatas con unos boquerones en vinagre. El caso es que la gula y la cháchara le pudo al hermetismo y en cierta recogida de una cena de empresa {a la hora del aperitivo de la comida del día siguiente}, aprovechamos ese cuerpo abonado de alcohol y lo terminamos de sobornar con una especial helada y un pincho de los esponjosos, tiernos y calentitos.
El secreto que sabíamos que guardaba (a todos se nos notan los secretos ocultos que queremos gritar a los cuatro vientos), dejó de serlo. Además, en un despiste, una mano larga y golfa desposeyó al pirata de su tesoro. El efecto fue inmediato. Cuando la solidaridad vecinal lo acompañaba para arrojarlo a su piso deseosa de probar el invento, sufrió un coma etílico que le hizo resbalar por la ventana abierta de un quinto piso. Cuestión de mala suerte. O por lo menos eso se les dijo a unos policías rutinarios que cerraron el caso con excesiva rapidez. Y aquello fue, convengamos en afirmarlo, cuestión de buena suerte.
En la desafortunada caída, estuvimos presentes siete vecinos, por lo que el uso y disfrute de la fortuna se repartía a cada uno de nosotros una vez por semana. Pero claro, un día sin suerte no es lo mismo que un día con suerte, de ahí que no extrañará el fatal desenlace de nuestro anciano vecino del primero, que nunca tuvo problemas coronarios hasta aquél día. Ni tampoco el de la vecina del segundo, que nos abandonó por culpa de una salmonelosis extrema a pesar de ser vegetariana pura.
Hubo un pacto y un cambio de finca, pero no se pudo evitar que la del tercero comiera una seta venenosa de las que salen en los libros por llevar dibujada una calavera en su sombrero ni que el del cuarto pisara sin querer una cobra escapada de un circo próximo. Y fíjate qué casualidad que cuando el del quinto huía de las garras del destino en un viaje transoceánico, se mareara, perdiera pié y fuera hombre al agua pero nadie lo rescatara.
Hubo un nuevo cambio de vivienda y el vecino que quedaba y yo nos mirábamos con suma desconfianza porque no estaba bien el asistir a tantos óbitos en tan poco tiempo y sobre todo porque él era el del sexto y yo el del octavo.
Como no quise entrar en polémicas propuse una reunión en un edificio abandonado, terreno de nadie, con él a solas, ya sabéis, sin ningún guardaespaldas, pero grabándola en conexión directa y automática con la policía para curarnos en salud, aunque visto lo visto, esto último fuera un contrasentido.
Hablamos largo y tendido de nuestros vecinos, de sus accidentes, de su falta de fortuna y juramos nuestra mutua ausencia de implicación en ellos.
Todo sea dicho. Llegado a este punto, ni la ironía podía rallar cotas más elevadas ni la gelidez del ambiente podía ser mayor. Así que para mostrar mi buena voluntad y romper el maleficio de mi sospecha, le ofrecí el amuleto, se lo puse directamente en la mesa y me despedí para siempre de él asegurando que no me gustaría asistir a ningún óbito más. Asombrado porque mi generosidad le pilló a contrapié, se levantó y me sostuvo en un largo abrazo, que yo, sorprendido, le devolví. Con lágrimas en los ojos nos despedimos.
Cerré la puerta del edificio. Crucé la avenida. Me acomodé en el coche y fue entonces cuando el bloque se derrumbó. Arranqué y huí despacio.
Como suele pasar en estos casos no pude por menos que sonreír. Mi mano larga y golfa acariciaba el amuleto expuesto un solo momento a la vista de mi vecino del sexto y sustituido después por una falsificación tan buena que a pesar de atesorarla en su mano crispada en el último abrazo, no pudo notar diferencia alguna, ni de color, ni de forma, ni de peso.
Como se suele decir en estos casos, no me gustan los sepelios, pero si hay que ir se va.
Ahora, ya mayor, vivo en un edificio alto, y he de reconocer que para olvidar que guardo un secreto, bebo demasiado y que me encanta la cerveza helada y que tampoco le hago ascos a un buen pincho de tortilla, como esos que prepara la vecina del octavo, esponjosos, tiernos y calentitos. .

5 comentarios

mox -

Malasantaja,ja, bueno si nos encontráramos con el genio de lámpara uno de los tres deseos, en la inmensa mayoría de los casos, sería fortuna. de hecho, invocamos al genio del Gordo de Navidad todos los años, a ver si se deja caer.
coco, a las paellas invito yo, a la cerveza, tú, a mi blog, yo y a tu magnífico, imaginativo, y deslumbrante blog, tú. Y hago hincapié en lo magnífico, imaginativo y deslumbrante tanto del fondo como de la forma, que es tu blog.
lunaaa, Érase una vez una luna que aspiraba a ser amada por todos los poetas... y lo consiguió usando bellas artes de palabras engastadas en exhuberantes joyas de amor.
Un beso amoroso.
Muralla ¿Meigas o Indalos?.
Un abrazo abrazao con olor a Nochebuena y clan reunido.

muralla -

Me ha encantado, y me ha confirmado que habelas haynas...
Un abrazo. Muralla

lunaaaaa -

Escalofriante,humoristica,envolvedora..Historia.......Muy buen relator de cuentos para antes de dormir....
Feliz Navidad!!!!!!

coco -

¿Un café? si llevo tres paellas :)
Yo también soy adicto a las cervezas servidas frias, no heladas (que yo siempre soy muy respetuoso con la etiqueta y con la fecha de caducidad) y con los pinchos de tortilla. Puestos a hacer confesiones, creo que también me he vuelto adicto a tu blog, pero, shhhhhhhh!, no se lo digas a nadie...

Malasanta -

Muy buena la historía. Me ha hecho recordar dos frases que alguna vez oí a no se quién. La Primera "Detras de una gran fortuna siempre hay una gran mentira". La segunda, "Virgencita, virgencita que me quede como estoy".
Abrazos.