Paseo
Hoy, como casi nunca, he sacado a pasear a mis piernas. No están acostumbradas, por eso se enredan, tropiezan y dicen obscenidades. Yo me doy prisa lentamente, pero no pueden seguirme. Así que tengo que parar rápido cuando se niegan a caminar más.
Pero las conozco demasiado bien. Sé que en realidad están esperando a esas otras piernas, abrigadas hasta las corvas con botas de piel suave rosada, rodillas envueltas en finas medias brillantes de seda verde manzana y culminadas por falda de paño ajustada, rosa tierna, que han entrado en la oficina del abogado del pueblo.
Entonces me encaro con ellas y les digo que esas piernas que no, que ya tienen dueña. Pero me llaman antiguo y se encienden un cigarro mientras esperan.
Desquiciado, me he desmontado, las he dejado allí apurando la colilla y ahora vuelvo arrastrándome a casa.
Por el camino me he tropezado con doña Engracia que se arrastraba también muy sufrida porque sus piernas se habían empeñado en ir al abogado del pueblo a montarle un escádalo y decirle que o se dejaba a la querida o ya podía ir buscandose otras que lo aguantaran. Y ella que se había desmontado para no pasar un mal trago, encontró en mí un hombro donde dejar correr lágrimas de falsa vergüenza y unas palabras de consuelo que acariciaron con música sus sofisticados pendientes rosados.
Es lo menos que podía hacer por mis piernas.
Pero las conozco demasiado bien. Sé que en realidad están esperando a esas otras piernas, abrigadas hasta las corvas con botas de piel suave rosada, rodillas envueltas en finas medias brillantes de seda verde manzana y culminadas por falda de paño ajustada, rosa tierna, que han entrado en la oficina del abogado del pueblo.
Entonces me encaro con ellas y les digo que esas piernas que no, que ya tienen dueña. Pero me llaman antiguo y se encienden un cigarro mientras esperan.
Desquiciado, me he desmontado, las he dejado allí apurando la colilla y ahora vuelvo arrastrándome a casa.
Por el camino me he tropezado con doña Engracia que se arrastraba también muy sufrida porque sus piernas se habían empeñado en ir al abogado del pueblo a montarle un escádalo y decirle que o se dejaba a la querida o ya podía ir buscandose otras que lo aguantaran. Y ella que se había desmontado para no pasar un mal trago, encontró en mí un hombro donde dejar correr lágrimas de falsa vergüenza y unas palabras de consuelo que acariciaron con música sus sofisticados pendientes rosados.
Es lo menos que podía hacer por mis piernas.
5 comentarios
(v) i r e t a -
mox -
coco, yo pruebo con tocando cierta flauta que me encontré en un pueblo llamado Hamelin, y además aprovecho para que me echen unas monedas en el metro.
Muralla, unas frescas son lo que son. ;-).
(Un abrazo abrazao)
muralla -
Abrazos abrazaos. Muralla.
coco -
Ess -