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Erase Una Vez

Rabo de nube

Rabo de nube Acaba de leer. Cierra el libro y lo abandona, descuidado, en la mesa. Sonríen sus ojos. Estira brazos, manos, piernas y pies como si buscara crecer de golpe dos palmos y consigue en el intento hacer volar varios cojines del sofá.
Su camiseta de tirantes negra se encoge... Su ombligo socarrón aparece y me guiña un ojo... Se acortan sus minúsculos pantaloncillos... Se alarga su cuello de cisne... Se retuerce aún mas su cintura de serpiente...

Y de un salto se puso en pié, dejó sobre la mesa el libro, apagó la tele, me cerró la boca abierta, se quitó la camiseta me guiñó un ojo y salió del comedor.

Como tardo en reaccionar, le da tiempo de llegar al dormitorio y acostarse boca abajo, con la cara enterrada en la almohada, las piernas separadas y unas palabras gritonas explotan en el aire.

- ¡Tráete la crema!

Entré corriendo con la crema en una mano y mis pantalones en la otra, su camiseta entre los dientes y una toalla al cuello.

- Ya sabes lo que tienes que hacer.

“Tragar saliva como un loco”, pensé.

- Sí, cariño. Ponte cómoda – dije.

- ¿Más?. ¡Anda, empieza!

Aunque nos habíamos duchado un rato antes, ya acudían perlas de sudor a nuestros cuerpos. O por lo menos al mío, en concreto a mi frente. Mi frente era como el chorro de una fuente.

¿Su cuerpo?. Moreno, descansado y relajado, firme en los hombros, tierno en la cintura, respingón y provocador el trasero, de seda en sus muslos, de arcilla en sus piernas. Negros rizos en la nuca que me estorbaban, y que sujeté a la cabeza con su toalla. Mis manos libres. Silvio Rodríguez. Rabo de Nube. Me senté a su lado. Atemperé la crema en mis manos. La extendí por toda su suave anatomía. Comenzaba el espectáculo.

Le amasé los hombros, llegando hasta su cuello, su nuca e incluso más arriba, y volví en dirección contraria una y otra vez. Apoyé los dedos y presioné haciendo círculos, en uno de los huecos de la clavícula. Volví a amasar toda la zona. Ronroneos escapan de sus labios, cada vez más profundos, cada vez más débiles. Los pulgares capturaban una y otra vez montículos de carne compacta que se elevan y se pierden, que juegan alegres al escondite por toda la espalda.

Y más sonidos tranquilos que flotan entre el calor y que huelen, sensuales, a lo que te imaginas.

Pero quiero terminar con el masaje y por eso me aislo por completo para repartir la justa presión en el punto justo, nutrir con crema hasta lograr un deslizante surco por donde corren mis dedos y deshacen el engarrotamiento del músculo, aplanar, estirar, recoger, golpear controladamente, dejar caer mi propio peso, durante casi cuarenta y cinco minutos sobre esa espalda tan tensionada hasta lograr la absoluta relajación.

Silvio dejó de cantar, el calor continuaba, el silencio de la noche me visitó y quedaron mudas mis manos... y ella también.

... ... ... ...

Me duché, me acosté, busqué su mano, barajé sus dedos con los míos y me dormí.

4 comentarios

mox -

Gracias. Tampoco yo de la delicadeza de los alfareros.
Un saludo

muralla -

Nunca he leído una descripción tan dulce y tan bella de la preparación...de un masaje...a la persona amada.
Un abrazo.Muralla

mox -

Ya ves.

Ess -

vayavayavayavaya