Extraño
Nunca se supo cuándo llegó al pueblo. Jamás por qué lo abandonó después de tantos años. Ni mucho menos quién se interpuso entre él y su familia.
Nadie se imaginó la suave aspereza de la bolsa que guardaba en su armario ni tampoco lo castigado que se veía en el espejo después de viajar a su través.
Todos envidiaban su ofensiva gallardía, su innegable felicidad, su aplomo. Cada uno de nosotros lo quiso imitar y nos sentíamos como una mala fotocopia emborronada, pasada de tinta o como una fotografía demasiado expuesta al sol de colores degradados.
La bolsa y el espejo eran su secreto y su perdición, su fe y su superstición, su buena mala suerte.
Todo era tan complicado para un pueblo furioso con ese hombre extraño que dejó de serlo un buen día cuando matrimonió con la viuda del médico y se hizo cargo también de una hija que no era la suya, convirtiéndose entre los maridos y padres, en el mejor.
Con el paso del tiempo la gente ya no supo de qué vivía. Unos decían que desaparecía con tanta frecuencia porque estaba metido en sucios negocios de la capital. Otros que nació rico y por eso no trabajaba como los demás.
Yo lo veía a ratos joven y a ratos viejo, como cansado de nosotros. En esos momentos de disimulada hartura, lo podía ver leyendo con frecuencia bajo la sombra de algún olivo, sentado en una jarapa franjeada de colores vivos, y si te acercabas a saludar, picado por la curiosidad de saber qué tenían esos libros que eran más importantes que las siestas, o que las conversaciones de los vecinos, sus ojos, muertos, contrastaban con los alegres colores que lo rodeaban. Por eso intercambiábamos alguna sonrisa, un buenas tardes y un rápido que usted lo lleve bien.
Pero lo cierto es que nunca le faltaba ni dinero ni humor para gastarlos en la cantina, ni generosidad ni conversación con las gentes que lo requerían, aunque a veces prefiriera la soledad como compañera de largos paseos por las colinas cercanas.
Puede que alguna vez escribiera un cuento que comenzara así. Puede.
Nadie se imaginó la suave aspereza de la bolsa que guardaba en su armario ni tampoco lo castigado que se veía en el espejo después de viajar a su través.
Todos envidiaban su ofensiva gallardía, su innegable felicidad, su aplomo. Cada uno de nosotros lo quiso imitar y nos sentíamos como una mala fotocopia emborronada, pasada de tinta o como una fotografía demasiado expuesta al sol de colores degradados.
La bolsa y el espejo eran su secreto y su perdición, su fe y su superstición, su buena mala suerte.
Todo era tan complicado para un pueblo furioso con ese hombre extraño que dejó de serlo un buen día cuando matrimonió con la viuda del médico y se hizo cargo también de una hija que no era la suya, convirtiéndose entre los maridos y padres, en el mejor.
Con el paso del tiempo la gente ya no supo de qué vivía. Unos decían que desaparecía con tanta frecuencia porque estaba metido en sucios negocios de la capital. Otros que nació rico y por eso no trabajaba como los demás.
Yo lo veía a ratos joven y a ratos viejo, como cansado de nosotros. En esos momentos de disimulada hartura, lo podía ver leyendo con frecuencia bajo la sombra de algún olivo, sentado en una jarapa franjeada de colores vivos, y si te acercabas a saludar, picado por la curiosidad de saber qué tenían esos libros que eran más importantes que las siestas, o que las conversaciones de los vecinos, sus ojos, muertos, contrastaban con los alegres colores que lo rodeaban. Por eso intercambiábamos alguna sonrisa, un buenas tardes y un rápido que usted lo lleve bien.
Pero lo cierto es que nunca le faltaba ni dinero ni humor para gastarlos en la cantina, ni generosidad ni conversación con las gentes que lo requerían, aunque a veces prefiriera la soledad como compañera de largos paseos por las colinas cercanas.
Puede que alguna vez escribiera un cuento que comenzara así. Puede.
10 comentarios
Malasanta -
Claramente, el protagonista de tu historia se llama Istbud... Clin Istbud :-)
Malasanta -
Rosi -
Erase una vez un mox que vivía en un bello...
Serch -
mox -
lunaaaaa -
coco -
Por cierto, a mí también me encanta Monty Python, la vida de brian está bien, pero le tengo especial cariño a la bestia del reino, de Terry Gilliam. Los caballeros de la tabla cuadrada también me pareció genial. Veias the Python's flying circus?
Rosi -
Me gustó tu historia.
lola -
Y tal vez nos expliques el final, si lo tiene.
Un besazo
Javi -
Debe ser que las cocinas con un aliño especial.
La vida de un hombre cualquiera pintada con tu pincel, un pequeño grano de arena en este mar.
Besotes gordos y abrazos de boomer.