Cuento con ventaja III
Viene del 4 - 6 - 05
La pasarela de madera reluciente invitaba a subir. Delante del barco todos se fijaron en el mascarón de proa, una sirena de caoba negra, que se agitaba porque una red la había capturado, dejaba flotar sus cabellos a lo largo de la embarcación hasta la quilla y hasta la popa, envolviéndola, acusándola de peligrosa, de guardar lo que nadie quisiera descubrir, de esconder desconocidas burbujas dulcemente venenosas, que explotaban silencio de aire, en mitad de toda la nada.
Dos delfines saltaban mágicos en aguas de la bahía jugando con los naranjas del cielo.
Por lo demás el barco resultó ser un bergantín estilizado con tres mástiles cargados de velas bien recogidas, casi con mimo, con una rudimentaria veleta en lo alto del palo mayor en forma de estrella de mar y que destilaba la curiosa sensación de que se haría a la mar al pisar la cubierta.
El grupo no se lo pensó más, recorrió la pasarela y entró. Coco, detrás, aislado por todos, no parecía importarle nada más que la incomodidad de su cabeza de hombre que miraba con curiosidad mal reprimida los recovecos de su cuerpo de mujer. Diríamos que estaba contento en su contradicción y se fue a buscar un rincón solitario donde explorarse debidamente y algo más, claro. Nadie lo echó en falta porque todos lo ignoraron desde que lo vomitó el agujero. Encontró una jaula de oro escondida en el último rincón oscuro y allí se quedó.
En el bergantín, todo estaba muy reluciente, como si el mar hubiera barrido con una ola brava toda la superficie de cubierta, como si Neptuno hubiera mandado a sus hijos a prepararle un hogar con el que surcar océanos. Las puertas cantaban la canción de la curiosidad Ven a mí. Atraviésame. Penétrame. Descúbreme. Y la música, ausente hasta ahora, envolvió los rayos del sol y los reflejos del agua, envolvió las gargantas y los corazones de cada uno y les hizo mirarse y luego, sin saber por qué, cerrar los ojos y volar. Rosi voló a las nieves del Himalaya, Lu, voló hasta el hogar de las ballenas y los delfines, Amélie voló hasta vivir su libro más querido, Malasanta voló hasta el futuro y comprobó que la partida la había ganado él, Luna voló hasta una cama de amantes y la llenó de amor y lola voló hasta su infierno y logró reírse de él con la carcajada más sincera.
Cuando abrieron los ojos todos vieron lo que cada uno hacía en ese momento y hablaron y se aconsejaron y se rellenaron de paz y de esperanzas cumplidas. Incluso terminaron por invitarse mutuamente a sus destinos. Estuvieron así, disfrutando de su viaje, nueve días con sus nueve noches.
No sabían que ni siquiera se habían movido de allí. Pero tampoco les importaba. La vida que, sin vivir, les regaló ese viaje, les sirvió para preparar en paz el momento de la elección.
Dos delfines saltaban mágicos en aguas de la bahía jugando con los naranjas del cielo.
Por lo demás el barco resultó ser un bergantín estilizado con tres mástiles cargados de velas bien recogidas, casi con mimo, con una rudimentaria veleta en lo alto del palo mayor en forma de estrella de mar y que destilaba la curiosa sensación de que se haría a la mar al pisar la cubierta.
El grupo no se lo pensó más, recorrió la pasarela y entró. Coco, detrás, aislado por todos, no parecía importarle nada más que la incomodidad de su cabeza de hombre que miraba con curiosidad mal reprimida los recovecos de su cuerpo de mujer. Diríamos que estaba contento en su contradicción y se fue a buscar un rincón solitario donde explorarse debidamente y algo más, claro. Nadie lo echó en falta porque todos lo ignoraron desde que lo vomitó el agujero. Encontró una jaula de oro escondida en el último rincón oscuro y allí se quedó.
En el bergantín, todo estaba muy reluciente, como si el mar hubiera barrido con una ola brava toda la superficie de cubierta, como si Neptuno hubiera mandado a sus hijos a prepararle un hogar con el que surcar océanos. Las puertas cantaban la canción de la curiosidad Ven a mí. Atraviésame. Penétrame. Descúbreme. Y la música, ausente hasta ahora, envolvió los rayos del sol y los reflejos del agua, envolvió las gargantas y los corazones de cada uno y les hizo mirarse y luego, sin saber por qué, cerrar los ojos y volar. Rosi voló a las nieves del Himalaya, Lu, voló hasta el hogar de las ballenas y los delfines, Amélie voló hasta vivir su libro más querido, Malasanta voló hasta el futuro y comprobó que la partida la había ganado él, Luna voló hasta una cama de amantes y la llenó de amor y lola voló hasta su infierno y logró reírse de él con la carcajada más sincera.
Cuando abrieron los ojos todos vieron lo que cada uno hacía en ese momento y hablaron y se aconsejaron y se rellenaron de paz y de esperanzas cumplidas. Incluso terminaron por invitarse mutuamente a sus destinos. Estuvieron así, disfrutando de su viaje, nueve días con sus nueve noches.
No sabían que ni siquiera se habían movido de allí. Pero tampoco les importaba. La vida que, sin vivir, les regaló ese viaje, les sirvió para preparar en paz el momento de la elección.
7 comentarios
lunaaaaa -
muralla -
Bicos. Muralla.
Malasanta -
Un abrazo mox.
Rosi -
Y que bonito como cuentas la vida, me hiciste volar de verás hasta el Himalaya. O hasta la misma quilla del barco.
Besos Mox, precioso relato.
Amélie Poulain -
lola -
Y tu Mox donde estabas? encontraste tu tesoro?
Un besazo y gracias otra vez
coco -
Abrazos de coco y besos de chocolate.