Cuento con ventaja IV
En aquellos nueve días con sus nueve noches no habían sentido miedo, dudas ni envidias. Tan sólo un deseo incontrolable de que nada cambiara. Por eso, por estar tan satisfechos de sus vidas no vividas, quisieron compartirlas y se invitaron los unos a los otros a recorrerlas.
Pero a mitad de la novena noche del noveno día, a mitad de una noche que resultó ser de luna nueva, despertaron y volvieron a la vida que realmente vivían. A lo lejos, mezclados con los sonidos del mar se dejaban oír estrepitosos gritos poblados de silencio. Se asomaron por la borda y entre la oscuridad más cerrada vislumbraron claramente dos grandes antorchas y aquellos compases rítmicos de remos chocando contra el agua. Y gritos. Oscuros y salvajes.
La música envolvió ahora los destellos de las llamas y los reflejos que nacían de las aguas, y sonó íntima como cuando la interpreta quien la compone. Al momento, todas las puertas del bergantín se abrieron, como si sonrieran a la llegada de los entorchados. Las llamadas para que las atravesaran arreciaron y sabiendo del poco tiempo que disponían, los amigos decidieron descubrir las entrañas del barco.
Una lluvia de monedas de oro los recibió. Un resplandor de collares de perlas, bellas ánforas decoradas con oro blanco y rubíes, brazaletes lujosos desbordando diamantes esplendorosamente tallados y cofres de plata llenos de promesas de riquezas y que se amontonaban por todas las esquinas, los cegó. Lola explicó casi sin tiempo la maldición de Murdock sobre quien sacara las monedas del velero, explicó también los poderes de un mantel de oro y esmeraldas y de lo que ocurría con los que quisieran liberar a los enjaulados.
Rosi encontró rápidamente el mantel de oro y esmeraldas, lo levantó y se metió debajo. Allí estaba ya luna y parecía que la esperara. Ambas se sonrieron sin dificultad y continuaron sonriendo cuando recogieron el mantel, corrieron a cubierta y se tiraron por un tablacho que estaba allí que ni a propósito y que enseguida sospecharon era el soporte de los últimos pasos de los condenados a los tiburones. El mantel se disolvió de inmediato, pero comprendieron que los desánimos no pueden marcar vidas, que sonreir es la única forma de abrir puertas con la gente y que cuando una tempestad las obligue a resguardarse dentro de ellas mismas, tarde o temprano el sol borrará cualquier charco de tristeza.
Amélie probó un poco de todo, pero lo que más le fascinó fue el sabor del chocolate de unas monedas de oro que bajó a tierra, así que subió a por dos cofres de monedas traídas de los cinco continentes y que, claro está, se convirtieron en chocolates originarios de todos los rincones del mundo. Pero precisamente esos cofres eran los dos únicos de toda la bodega que no tenían fondo. Quiero decir que eran inagotables, y contra eso, la maldición de Murdock nada podía hacer. El tesoro lo encontró poco después, cuando, con cada mensaje que enviaba a la gente, adjuntaba un archivo de chocolate y cada vez de un país distinto y cada vez más y más sabroso. Ni que decir tiene que al poco tiempo su casa era un hogar para cualquier amante del chocolate. Un día se despertó al ruido de un incesante murmullo. Al asomarse a la ventana vio una interminable cola de gente que daba siete vueltas a su casa y que habían venido a intercambiar con ella alguna moneda de chocolate por un recuerdo y una vivencia.
Lu, no quiso ningún tesoro y, directamente se encaramó al puesto de vigía en el palo mayor y allí pudo hablar con el aroma salado que destila el mar al amanecer. Hablaron de Historia, de historias, de caricaturas, de esfuerzos, de proyectos de hombres y de mujeres... tan encantado estaba el aroma salado del mar al amanecer con ella que decidió envolverla para siempre y no separarse ni en los cumpleaños, ni siquiera en los años que cumplía un año de menos (Sí, sí. No extrañaros, que sus alumnos, al cabo de años sin verla le decían. Pues yo te veo igual que siempre Parece que por ti no pasan los años y muchas otras cosas más que se suelen decir a las personas que dejan huella).
Malasanta se alejó de lo profundo del bergantín y cuando salía a respirar aire fresco, se encontró con dos ojos que lo miraban profundamente. Se acercó con curiosidad al rincón más oscuro del barco y dejando que sus sentidos se acostumbraran al negror de la noche pudo ver enjaulado a un cuerpo de hombre con cabeza de mujer que le suplicó que abriera la puerta de su jaula, una puerta que no poseía ni candados ni cerrojos que retuvieran involuntariamente a nadie. A su lado estaba coco aún explorándose y se le veía muy feliz conversando con su otro yo, despotricando de los hombres y negándose a ser tocado por uno de ellos. Estaba tan excitado que mezclaba el inglés, con el castellano, con el francés y con el griego, aunque se le escapó también alguna que otra palabra en mandarín. Malasanta volvió a mirar esos ojos de nata, esa voz de jazmín, ese pelo de viento y abrió aquella jaula sin candado. Al salir, el hombre con cabeza de mujer mostró también alas de avestruz y piernas de caballo. Malasanta tomó su ala y con esperada sorpresa aguardó a la lenta transformación en mano de piel apaciblemente dulce. El resto de suaves mutaciones que admiró no afectaron al rostro de nata, viento y jazmín. Ahora disfrutan juntos lejos del mar rodeados de montes, de suegros y de perlas que dan besos y abrazos de buenas noches.
Pero a mitad de la novena noche del noveno día, a mitad de una noche que resultó ser de luna nueva, despertaron y volvieron a la vida que realmente vivían. A lo lejos, mezclados con los sonidos del mar se dejaban oír estrepitosos gritos poblados de silencio. Se asomaron por la borda y entre la oscuridad más cerrada vislumbraron claramente dos grandes antorchas y aquellos compases rítmicos de remos chocando contra el agua. Y gritos. Oscuros y salvajes.
La música envolvió ahora los destellos de las llamas y los reflejos que nacían de las aguas, y sonó íntima como cuando la interpreta quien la compone. Al momento, todas las puertas del bergantín se abrieron, como si sonrieran a la llegada de los entorchados. Las llamadas para que las atravesaran arreciaron y sabiendo del poco tiempo que disponían, los amigos decidieron descubrir las entrañas del barco.
Una lluvia de monedas de oro los recibió. Un resplandor de collares de perlas, bellas ánforas decoradas con oro blanco y rubíes, brazaletes lujosos desbordando diamantes esplendorosamente tallados y cofres de plata llenos de promesas de riquezas y que se amontonaban por todas las esquinas, los cegó. Lola explicó casi sin tiempo la maldición de Murdock sobre quien sacara las monedas del velero, explicó también los poderes de un mantel de oro y esmeraldas y de lo que ocurría con los que quisieran liberar a los enjaulados.
Rosi encontró rápidamente el mantel de oro y esmeraldas, lo levantó y se metió debajo. Allí estaba ya luna y parecía que la esperara. Ambas se sonrieron sin dificultad y continuaron sonriendo cuando recogieron el mantel, corrieron a cubierta y se tiraron por un tablacho que estaba allí que ni a propósito y que enseguida sospecharon era el soporte de los últimos pasos de los condenados a los tiburones. El mantel se disolvió de inmediato, pero comprendieron que los desánimos no pueden marcar vidas, que sonreir es la única forma de abrir puertas con la gente y que cuando una tempestad las obligue a resguardarse dentro de ellas mismas, tarde o temprano el sol borrará cualquier charco de tristeza.
Amélie probó un poco de todo, pero lo que más le fascinó fue el sabor del chocolate de unas monedas de oro que bajó a tierra, así que subió a por dos cofres de monedas traídas de los cinco continentes y que, claro está, se convirtieron en chocolates originarios de todos los rincones del mundo. Pero precisamente esos cofres eran los dos únicos de toda la bodega que no tenían fondo. Quiero decir que eran inagotables, y contra eso, la maldición de Murdock nada podía hacer. El tesoro lo encontró poco después, cuando, con cada mensaje que enviaba a la gente, adjuntaba un archivo de chocolate y cada vez de un país distinto y cada vez más y más sabroso. Ni que decir tiene que al poco tiempo su casa era un hogar para cualquier amante del chocolate. Un día se despertó al ruido de un incesante murmullo. Al asomarse a la ventana vio una interminable cola de gente que daba siete vueltas a su casa y que habían venido a intercambiar con ella alguna moneda de chocolate por un recuerdo y una vivencia.
Lu, no quiso ningún tesoro y, directamente se encaramó al puesto de vigía en el palo mayor y allí pudo hablar con el aroma salado que destila el mar al amanecer. Hablaron de Historia, de historias, de caricaturas, de esfuerzos, de proyectos de hombres y de mujeres... tan encantado estaba el aroma salado del mar al amanecer con ella que decidió envolverla para siempre y no separarse ni en los cumpleaños, ni siquiera en los años que cumplía un año de menos (Sí, sí. No extrañaros, que sus alumnos, al cabo de años sin verla le decían. Pues yo te veo igual que siempre Parece que por ti no pasan los años y muchas otras cosas más que se suelen decir a las personas que dejan huella).
Malasanta se alejó de lo profundo del bergantín y cuando salía a respirar aire fresco, se encontró con dos ojos que lo miraban profundamente. Se acercó con curiosidad al rincón más oscuro del barco y dejando que sus sentidos se acostumbraran al negror de la noche pudo ver enjaulado a un cuerpo de hombre con cabeza de mujer que le suplicó que abriera la puerta de su jaula, una puerta que no poseía ni candados ni cerrojos que retuvieran involuntariamente a nadie. A su lado estaba coco aún explorándose y se le veía muy feliz conversando con su otro yo, despotricando de los hombres y negándose a ser tocado por uno de ellos. Estaba tan excitado que mezclaba el inglés, con el castellano, con el francés y con el griego, aunque se le escapó también alguna que otra palabra en mandarín. Malasanta volvió a mirar esos ojos de nata, esa voz de jazmín, ese pelo de viento y abrió aquella jaula sin candado. Al salir, el hombre con cabeza de mujer mostró también alas de avestruz y piernas de caballo. Malasanta tomó su ala y con esperada sorpresa aguardó a la lenta transformación en mano de piel apaciblemente dulce. El resto de suaves mutaciones que admiró no afectaron al rostro de nata, viento y jazmín. Ahora disfrutan juntos lejos del mar rodeados de montes, de suegros y de perlas que dan besos y abrazos de buenas noches.
14 comentarios
lokura -
Besos mil!!!
Amélie Poulain -
lokura -
lunaaaaa -
lola -
Gracias por dejarnos entrar en el para descubrirnos.
Por cierto Poulain, me mandarias un poco de chocolate blanco?
Un besazo a todos mis compañeros de aventuras y a ti. Nos vemos en la proxima.
coco -
(es un piropo... que decía mi madre que nunca se sabía cuando piropeaba o cuando estaba cabreado...)
muralla -
Maravilloso. Abrazaos abrazos. Muralla.
Amélie Poulain -
Psst, Coco, ¿de cuál quieres, blanco, dulce, amargo, con leche, avellanas, ojos saltones...?.
Vera -
lunaaaaa -
Gracias por este regalo estoy embelesada,orgullosa y feliz de compartir este viaje con inmejorable compañía y orquestado por Ti...Un Beso romantico.
MNKANTAVIVIR -
que delicia leerte!
un beso
coco -
Malasanta -
"rostro de nata, viento y jazmín", "perlas que dan besos y abrazos de buenas noches", esas son mis chicas, lo has clavao.
Muchas gracias Mox.
Un abrazo muy fuerte.
Rosi -
Si vieras el cielo que veo hoy desde mi ventana.
Es turquesa, y las nubes de color naranja. Hoy mi trozo de cielo para ti, porque me diste una sonrisa y me gusta ser generosa.
Precioso final Mox, pero una cosa, el suegro para ti eh¡¡
que a mi eso me produce alergia.
Besos, besos y besos