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Erase Una Vez

Cosas casuales blogeras

Sabio

Sabio

A veces hablo demasiado, a destiempo, incongruente.

A veces miro fijo, descarado, impertinente.

A veces sólo escucho lo que quiero escuchar, egoista, egocéntrico.

Otras veces ni hablo, ni miro, ni escucho, lo que me convierte en interesante, en misterioso o en sabio.

Túnel de aterrizaje

Túnel de aterrizaje

Hoy ya he respirado y no me toca otra vez hasta mañana. Así que me vuelvo a bucear.

MJ

MJ

Añadí un dedo de ginebra al Martini, unas gotas de zumo de limón y unté el borde del vaso con el mismo limón que había exprimido. Las aceitunas rellenas, una en cada extremo del mondadientes acabaron el aperitivo. Luego, lo mezclé con un poco de música, un poco de lectura y me hundí en el sillón durante hora y media, disfrutando de un momento de soledad.

Entre página y página me vi hablando con esa amiga que se tiene a los quince o dieciséis años de la que estás enamorado hasta las lágrimas, que te habla como si fueras su hermano porque sabe que tu mejor amigo es su novio y para ti ella es intocable... o tal vez por eso, a ver si provocando me dejo llevar, a ver hasta dónde soy capaz de aguantar. Me agarró una noche de los pelos y me obligó a decirle a otra que me gustaba, pero se lo dije mirando a sus ojos, sin apartarme de su cara.

La cosa acabó cuando acabó el verano, se reanudó durante el siguiente verano y acabó en el verano de los diecisiete cuando, teniendo vía libre, no me atreví a decirle que la quería.

La idolatré y la comparaba con las que iba conociendo y como nuestra imaginación es tan poderosa y consigue que las diferencias entre dos personas lleguen a convertirse en defectos, me fui alejando de todas las que conocí.

Un día, mucho después la vi por la calle. Esperaba el autobús. Iba con su hijo. Los mismos ojos grandes y grises que te devoraban cuando la mirabas, la misma sonrisa, el mismo pelo largo, muy rizado y alborotado, los mismos latidos locos en mi pecho, secretos, veloces, el mismo sonrojo, la misma estupidez en mis gestos y en mi hablar.

Trató de que introdujera una compañía de seguridad en el polígono en donde yo trabajaba.

No la he vuelto a ver.

No sé. Esta noche me ha dado por pensar en ella, pero no me ha latido con fuerza el corazón ... Será por el Martini...

Me miro al espejo

Me miro al espejo

Creo que lo que me desnuda es la verdad, aunque también la mentira.

Creo que me desnudan las miradas pero también las palabras.

Creo que me desnudan mis actos y por supuesto mis no actos.

Y aborrezco que me desnuden porque prefiero desnudarme yo y disfrutar del juego de quitarle la ropa a la realidad sin sentir pudor por mi desnudez.

Sin mis pies ni mi cabeza

Sin mis  pies ni mi cabeza

No me queda mucho tiempo, así que te lo explicaré sin rodeos. Vengo de un mundo en donde el marido tiene que escaparse por la ventana porque llega el amante, donde las gentes son capaces de vivir de nutritivas hamburguesas y donde los profesores sustituyen a los padres en casa y los padres sustituyen a los profesores en la escuela.

No me esperaba que tú fueras diferente. Nunca había visto a nadie que se reflejara en un espejo, ni que me dijera cosas bonitas de las olas que bañan las playas. Jamás oí decir que la vida dura menos que la vida de un árbol que no se quema ni se tala, ni que cientos de manos juntas logran vivir mejor que separadas.

Además, estoy acostumbrado a dormir con los ojos abiertos y a respirar con la nariz tapada, a volar sin escoba y a beber boca abajo, por eso no puedo entender que tu mundo dice cosas que luego no hace, hace cosas que nunca dijo y mata cosas bellas. Y por eso me voy tranquilo de no haber aprendido nada vuestro.

Y esto fue lo que dijo una mariposa a una moxca el día de su último aleteo, ya casi sin fuerzas mirando al cielo de la luz, cerca de una amapola marchita de fin de verano

Deformación profesional

Deformación profesional

Desde que tengo aficiones nudistas no puedo dejar de pensar obsesivamente en la gente. Las veo caminado y ya no tienen ropa. Me miran al pasar como si no me vieran y su mirada desnuda me transmite calidez. Es, digamos, una especie de deformación profesional de visitante asiduo de arena cálida transitada por cuerpos morenos caminando sin lastre de ningún tipo.

Y me sale sin maldad. Quiero decir que no juzgo. Y que veo desnudo al dueño del bar de debajo de casa y a la familia que pasea por el parque un domingo cualquiera por la mañana. Y no juzgo. Simplemente me dejo llevar con naturalidad. Divago, imagino e imagino que todos imaginan a todos en un universo pura necesidad de despojarse de la corteza y dejarse ver sin vergüenza los cuerpos que no tienen culpa alguna de las mentes que los coronan y de sus prejuicios inventados. Y no juzgo. Dejo que me venzan las miradas que me ignoran, las miradas sin deseo, las miradas pausadas, a cámara lenta, que se resbalan por el placer de mirar entre las rosas, las largas espaldas, los bancos de madera, los ojos que sonríen, el lago salpicado de patos y las caderas que descansan sobre piernas de sol.

Y yo, desnudo, sigo desnudando.

Cuento con ventaja (y V)

Cuento con ventaja (y V)
Lola se quedó sola en la bodega. Le gustaba la soledad. Le decía cosas al oído que la gente jamás afirmaba y las palabras que empleaba eran sinceras, claras y de colores. Decidió esperar a los entorchados porque tenía la esperanza de embarcar con ellos y volar por medio mundo, tocar de cerca las nubes, oír el romper de la mar en la quilla de barco mientras el viento golpeaba insistentemente su cara. Se arriesgaba a la mala fama de Murdock, a ser pasto de los tiburones, a ser jirones de piel azotada en la cubierta, a ser colgada de los pulgares de la vela mayor, a ser disparada atada a una bala de cañón, incluso a que la convencieran de convertirse en pirata.
La música arreciaba y se columpiaba de cuerdas, bisagras de compuertas y bases de retroceso de cañones, jugaba entre los brazos del ancla, los barrotes de las jaulas de los voluntarios presos-mitológicos y salpicaba a las olas del mar.

Se asomó al ruido de una campana que tañía a difunto y pudo ver un gran bote con veinte marineros iluminado por antorchas. Y de pie, en la proa, flanqueado por dos nuevos visitantes, Murdock. Un ruidoso griterío propio de aves carroñeras que nacía de las gargantas de los remeros (“¡¡Boogad!!... ¡¡Boooogad!!”) se mezclaba con la oscuridad, el calor, la ansiedad, la soledad y el futuro.

Mox Moxcacoja Murdock apareció en cubierta y una actividad frenética lo acompañaba. Un marinero desembarcó la campana, pero hicieron falta cinco hombres para descargar una bella caracola gigante poblada de nácar, veteada de azules y ocres y depositarla en cubierta, e inmovilizarla entre dos barriles de ron. Subieron también a cubierta Muralla la meiga, y una trapecista que con un prodigioso salto de lokura alcanzó las mayores alturas del barco y de sus sentimientos. Mox paseó por el barco en busca de novedades. No hizo caso de las bodegas y directamente se dirigió a coco que en esos momentos llevaba puesto una peluca de todo a cien tipo Espinete. y le había crecido una nariz bombilla con puntos negros de dálmata. Hablaba en árabe pero se cansaba pronto y cambiaba al ruso, luego, cambiaba al portugués y al final terminaba hablando Watusi. Decía a su otro yo que el cuerpo de mujer era lo que le faltaba para entenderlas, pero ahora que lo tenía estaba desorientado porque no sabía lo que pensar de los hombres. Ordenó que lo sacaran de la jaula de oro y le dio una dirección donde repartían chocolates de todo el mundo. Allí tendría que contar una vivencia y un recuerdo. En hebreo cambiando a Navajo y terminando en alemán, coco dijo no recordar ninguna vivencia pero que hablaría con su cabeza si el dueño del chocolate era mujer o con su tripa si era hombre. Cuando después de esperar siete vueltas se encontró con Amelíe, y tras siete sonrisas y un te veo con el tanga y no me lo creo, comenzó a transformarse otra vez en coco, hablaron de su encuentro en otra vida paralela y ... pero bueno, esa es otra historia que no vamos a contar aquí.

Lola, Muralla la meiga, Lokura la trapecista y Mox conversaron en el embarcadero junto a la playa durante cinco días y cuatro noches. La quinta noche se despidieron. Mox sopló largamente por la caracola gigante y esa llamada sorda rompió la noche. Al mismo tiempo, Muralla realizó un conjuro y lokura dejó caer una amapola roja y se montó en una onda de sonido y cabalgó columpiándose como Pinito a 356 metro por segundo. El mar se abrió al paso de la onda, dejando un pasillo por donde Lola comenzó a andar. Justo entonces todos vieron el desdoblamiento en dos Lolas. Una de ellas se volvió y con voz clara gritó. “Soy Kea y guardaré vuestro secreto en el lado negro del espejo” y corrió hacia Lola, que se había adelantado para refundirse de nuevo en ella.

Muralla hizo una gran queimada a la que pudo invitar a las personas que más quería y tuvo la enorme satisfacción de ver cómo TODOS SIN EXCEPCIÓN acudían a su conjuro...

Lokura viajó, saltó e hizo equilibrios y al final encontró lo que necesitaba: una duda deshecha en un Sí, claro que contigo aunque a pesar de mí.

Y colorín colorado este cuento se ha.....

Guardé mi barco en el bolsillo y sonreí tranquilo.

Cuento con ventaja IV

Cuento con ventaja IV
En aquellos nueve días con sus nueve noches no habían sentido miedo, dudas ni envidias. Tan sólo un deseo incontrolable de que nada cambiara. Por eso, por estar tan satisfechos de sus vidas no vividas, quisieron compartirlas y se invitaron los unos a los otros a recorrerlas.

Pero a mitad de la novena noche del noveno día, a mitad de una noche que resultó ser de luna nueva, despertaron y volvieron a la vida que realmente vivían. A lo lejos, mezclados con los sonidos del mar se dejaban oír estrepitosos gritos poblados de silencio. Se asomaron por la borda y entre la oscuridad más cerrada vislumbraron claramente dos grandes antorchas y aquellos compases rítmicos de remos chocando contra el agua. Y gritos. Oscuros y salvajes.

La música envolvió ahora los destellos de las llamas y los reflejos que nacían de las aguas, y sonó íntima como cuando la interpreta quien la compone. Al momento, todas las puertas del bergantín se abrieron, como si sonrieran a la llegada de los entorchados. Las llamadas para que las atravesaran arreciaron y sabiendo del poco tiempo que disponían, los amigos decidieron descubrir las entrañas del barco.

Una lluvia de monedas de oro los recibió. Un resplandor de collares de perlas, bellas ánforas decoradas con oro blanco y rubíes, brazaletes lujosos desbordando diamantes esplendorosamente tallados y cofres de plata llenos de promesas de riquezas y que se amontonaban por todas las esquinas, los cegó. Lola explicó casi sin tiempo la maldición de Murdock sobre quien sacara las monedas del velero, explicó también los poderes de un mantel de oro y esmeraldas y de lo que ocurría con los que quisieran liberar a los enjaulados.

Rosi encontró rápidamente el mantel de oro y esmeraldas, lo levantó y se metió debajo. Allí estaba ya luna y parecía que la esperara. Ambas se sonrieron sin dificultad y continuaron sonriendo cuando recogieron el mantel, corrieron a cubierta y se tiraron por un tablacho que estaba allí que ni a propósito y que enseguida sospecharon era el soporte de los últimos pasos de los condenados a los tiburones. El mantel se disolvió de inmediato, pero comprendieron que los desánimos no pueden marcar vidas, que sonreir es la única forma de abrir puertas con la gente y que cuando una tempestad las obligue a resguardarse dentro de ellas mismas, tarde o temprano el sol borrará cualquier charco de tristeza.

Amélie probó un poco de todo, pero lo que más le fascinó fue el sabor del chocolate de unas monedas de oro que bajó a tierra, así que subió a por dos cofres de monedas traídas de los cinco continentes y que, claro está, se convirtieron en chocolates originarios de todos los rincones del mundo. Pero precisamente esos cofres eran los dos únicos de toda la bodega que no tenían fondo. Quiero decir que eran inagotables, y contra eso, la maldición de Murdock nada podía hacer. El tesoro lo encontró poco después, cuando, con cada mensaje que enviaba a la gente, adjuntaba un archivo de chocolate y cada vez de un país distinto y cada vez más y más sabroso. Ni que decir tiene que al poco tiempo su casa era un hogar para cualquier amante del chocolate. Un día se despertó al ruido de un incesante murmullo. Al asomarse a la ventana vio una interminable cola de gente que daba siete vueltas a su casa y que habían venido a intercambiar con ella alguna moneda de chocolate por un recuerdo y una vivencia.

Lu, no quiso ningún tesoro y, directamente se encaramó al puesto de vigía en el palo mayor y allí pudo hablar con el aroma salado que destila el mar al amanecer. Hablaron de Historia, de historias, de caricaturas, de esfuerzos, de proyectos de hombres y de mujeres... tan encantado estaba el aroma salado del mar al amanecer con ella que decidió envolverla para siempre y no separarse ni en los cumpleaños, ni siquiera en los años que cumplía un año de menos (Sí, sí. No extrañaros, que sus alumnos, al cabo de años sin verla le decían. “Pues yo te veo igual que siempre” “Parece que por ti no pasan los años” y muchas otras cosas más que se suelen decir a las personas que dejan huella).

Malasanta se alejó de lo profundo del bergantín y cuando salía a respirar aire fresco, se encontró con dos ojos que lo miraban profundamente. Se acercó con curiosidad al rincón más oscuro del barco y dejando que sus sentidos se acostumbraran al negror de la noche pudo ver enjaulado a un cuerpo de hombre con cabeza de mujer que le suplicó que abriera la puerta de su jaula, una puerta que no poseía ni candados ni cerrojos que retuvieran involuntariamente a nadie. A su lado estaba coco aún explorándose y se le veía muy feliz conversando con su otro yo, despotricando de los hombres y negándose a ser tocado por uno de ellos. Estaba tan excitado que mezclaba el inglés, con el castellano, con el francés y con el griego, aunque se le escapó también alguna que otra palabra en mandarín. Malasanta volvió a mirar esos ojos de nata, esa voz de jazmín, ese pelo de viento y abrió aquella jaula sin candado. Al salir, el hombre con cabeza de mujer mostró también alas de avestruz y piernas de caballo. Malasanta tomó su ala y con esperada sorpresa aguardó a la lenta transformación en mano de piel apaciblemente dulce. El resto de suaves mutaciones que admiró no afectaron al rostro de nata, viento y jazmín. Ahora disfrutan juntos lejos del mar rodeados de montes, de suegros y de perlas que dan besos y abrazos de buenas noches.

Cuento con ventaja III

Cuento con ventaja III Viene del 4 - 6 - 05

La pasarela de madera reluciente invitaba a subir. Delante del barco todos se fijaron en el mascarón de proa, una sirena de caoba negra, que se agitaba porque una red la había capturado, dejaba flotar sus cabellos a lo largo de la embarcación hasta la quilla y hasta la popa, envolviéndola, acusándola de peligrosa, de guardar lo que nadie quisiera descubrir, de esconder desconocidas burbujas dulcemente venenosas, que explotaban silencio de aire, en mitad de toda la nada.

Dos delfines saltaban mágicos en aguas de la bahía jugando con los naranjas del cielo.

Por lo demás el barco resultó ser un bergantín estilizado con tres mástiles cargados de velas bien recogidas, casi con mimo, con una rudimentaria veleta en lo alto del palo mayor en forma de estrella de mar y que destilaba la curiosa sensación de que se haría a la mar al pisar la cubierta.

El grupo no se lo pensó más, recorrió la pasarela y entró. Coco, detrás, aislado por todos, no parecía importarle nada más que la incomodidad de su cabeza de hombre que miraba con curiosidad mal reprimida los recovecos de su cuerpo de mujer. Diríamos que estaba contento en su contradicción y se fue a buscar un rincón solitario donde explorarse debidamente y algo más, claro. Nadie lo echó en falta porque todos lo ignoraron desde que lo vomitó el agujero. Encontró una jaula de oro escondida en el último rincón oscuro y allí se quedó.

En el bergantín, todo estaba muy reluciente, como si el mar hubiera barrido con una ola brava toda la superficie de cubierta, como si Neptuno hubiera mandado a sus hijos a prepararle un hogar con el que surcar océanos. Las puertas cantaban la canción de la curiosidad “Ven a mí. Atraviésame. Penétrame. Descúbreme”. Y la música, ausente hasta ahora, envolvió los rayos del sol y los reflejos del agua, envolvió las gargantas y los corazones de cada uno y les hizo mirarse y luego, sin saber por qué, cerrar los ojos y volar. Rosi voló a las nieves del Himalaya, Lu, voló hasta el hogar de las ballenas y los delfines, Amélie voló hasta vivir su libro más querido, Malasanta voló hasta el futuro y comprobó que la partida la había ganado él, Luna voló hasta una cama de amantes y la llenó de amor y lola voló hasta su infierno y logró reírse de él con la carcajada más sincera.

Cuando abrieron los ojos todos vieron lo que cada uno hacía en ese momento y hablaron y se aconsejaron y se rellenaron de paz y de esperanzas cumplidas. Incluso terminaron por invitarse mutuamente a sus destinos. Estuvieron así, disfrutando de su viaje, nueve días con sus nueve noches.

No sabían que ni siquiera se habían movido de allí. Pero tampoco les importaba. La vida que, sin vivir, les regaló ese viaje, les sirvió para preparar en paz el momento de la elección.

Tres

Tres
- Te deseo tres cosas:

Que consigas una mirada que te sostenga en tus momentos valle.
Que consigas unos dedos que jugueteen con tu espalda y tu boca.
Que consigas una almohada donde descansar y agotarte, llorar y reír, sentir y querer.

Grabó en su mente toda la habitación, su vestido, sus manos, su cuerpo, las cartas, la cama, su cara y sus propias lágrimas y el ruido de la puerta al cerrar una etapa de su vida...

Dudas

Dudas
Docenas de veces atraviesan mi cuerpo y luchan por salir, pero no les dejo. Se enquistan entonces y crecen hasta lograr romperme y escapar y, aunque tardan mucho tiempo, toda una existencia les da para convertirse en leña viva que prende al contactar con el oxígeno del aire en el mismo instante que se liberan y es entonces cuando queman mis alrededores, mi vida, mis gentes, mis sueños.

Me encanta el mar. Quizá es por lo que tiene el agua de bombero. Quizá por lo que tienen de músicos las olas. Quizá mañana toquen una balada triste y lenta que las serenen y así no inicien el fuego.

Revueltos

Revueltos
Y por eso estoy aquí, en la terraza de la azotea, para no ahogarme entre paredes. Así además, me dejo refrescar por un viento de alas de gorrión que me entresaca ideas, sentires y propósitos.
Sin saber cómo ha sido, he viajado en el tiempo esta tarde. Me he visto sentado en aquel último pupitre de la clase, doblado de dolor, con la cabeza gacha para que no se me vieran las lágrimas y deseando salir y respirar.
Ese ahogo tengo ahora.
Y no lo quiero. No sé por qué. No lo entiendo... O sí, pero no lo quiero entender.
Me refugio al aire libre, cerca de las estrellas, lejos de las calles, y aún más lejos de mi cama. Necesito no dormir, tener un insomnio decente. Por lo menos una noche y que me respete las ganas de llorar, y de oirme soltar desde la tripa hondos gemidos largos y apagados como las velas recién sopladas de un velatorio.
Necesito ese baño de madrugada en el Mediterráneo para que se confundan lágrimas oscuras con aguas claras cargadas de noche.
En fin...

Vacío

Vacío
Quiero borrar las lágrimas de tu cara, asustándolas con sonrisas y abrazos que te curen el alma. Necesito que me cojas la mano y la aprietes hasta que me duela y me ilusiones. Caigo en tu vida y me urge solucionarla, conseguir que navegues por aguas tranquilas, como tú haces con la mía.

Una noche blanca, un mar dulce, una balanza desequilibrada, un sinsentido escrito en mis labios. Así me veo. Hueco, pura cáscara de melón amargo.

Quiero tener tu cuerpo y tu proyecto, tus pasos y tu huella. Necesito un viaje a tu cama, a tu dominar los juegos. Me urge dejar de decir vacíos y fabricar momentos. Dejar de quejarme con alegría y de alegrarme de mis quejas. Quiero decir menos y hacer más.

Ayúdame.

Sueño

Sueño
Soñé que era un adulto en edad escolar recién llegado a una clase de adolescentes y que se quería integrar como un compañero más. Pero cualquier intento de acercamiento siempre terminaba en un rechazo total y absoluto.

Un día la profesora ideó un extraño juego. Nos sentó en círculo para que todos pudiéramos vernos las caras y nos propuso que escogiéramos un objeto imaginario con las manos y que lo pasáramos al vecino. No se podía hablar. Sólo podíamos mirarnos a los ojos y hacer gestos para hacer ver lo pesado o lo voluminoso que era. Todos coincidimos que era un juego muy estúpido, pero como había que pasar la hora allí sentados, comenzamos a jugar. El primero le pasó al segundo de muy mala gana un objeto imaginario sostenido con manos temblorosas indicando así el gran peso que soportaba. El objeto fue pasando de mano en mano y llegó hasta mí.
"¿Puedo improvisar?" pregunté a la profesora.
"Sí, si son sólo gestos y no hablas."
Entonces, sin decir palabra, me levanté del asiento y golpeé con los nudillos una puerta invisible que debería de abrir el compañero vecino, por cierto, uno de los líderes de la clase. Como me miró desconcertado y sin saber bien qué estaba haciendo, volví a repetir el gesto, pero encontré la misma respuesta. Me encogí de hombros y me arranqué algo de las orejas y de los ojos y me sorprendí. Entonces, con una sonrisa, le pasé el “paquete” que ahora sí aceptó.

Habíamos terminado la ronda cuando la profesora pidió que explicara mis gestos al resto de los compañeros. Les chocó cuando solicité que los interpretaran ellos. Todos fabularon sobre puertas cerradas o visitas incordiantes rechazadas, pero les sorprendí otra vez diciéndoles que acababa de hacer un experimento. Callaron y esperaron curiosos a mis palabras.

“Veréis. Como sólo escuchaba silencio, tenía serias dudas de si estaba flotando en el espacio exterior de una nave espacial o no. Allí sabéis que los sonidos no se propagan porque está vacío, pero claro, aquello no podía ser porque respiraba, es decir, que por lo menos habría aire. Hice entonces el experimento de golpear mi pared para comprobar si estaba encerrado entre muros de algún rincón imposible y escuchar al menos los golpes. Pero no sonaron.

Entonces lo comprendí todo. Había algo que me impedía ver y algo que me impedía oír. Me quité las gafas negras impenetrables de mis ojos y me arranqué los cascos en los que sonaba la música de mi vida (tan alto que no podía dejarme oír la de los demás), y más tranquilo, regalé un paquete a mi vecino. Me hizo gracia que lo recibiera porque él tenía puestos cascos y gafas y a pesar de eso, supo recogerlo sin que se le cayera”.

No dije nada más y me senté.

Todos comprendieron que era así tal y cómo me sentía estando entre ellos, que había hecho el esfuerzo de acercarme pero no me dieron ninguna oportunidad. A partir de entonces...

Pero en fin, ya se sabe lo que ocurre en los sueños. Lo normal es que se nos escape el final por la puerta de atrás y no nos acordemos nada más que de lo impactante...

Solo que mi sueño fue una excepción...

Tsunami 2

Tsunami 2
Buscando una imagen para ilustrar el anterior post alejada de los dramas humanos escabrosos que suelen recoger las fotografías de una catástrofe, tropecé con ésta que me llegó al corazón, me conmovió tanto que me bloqueó por completo y me hizo soltar una lágrima de amargura.
También me hizo reflexionar en lo que tenía. Me hizo temer la muerte imprevista. Me hizo sacar mi rama cobarde de querer morir yo primero para ni siquiera sospechar ese tipo de dolor. Me quebró el alma.

Quisiera gritar calladamente algo a ese padre para consolarlo. Pero no se me ocurre nada.

Esta foto era portada del Arizona Dayly Star y de otros más. Autor: Arko Datta / Reuters.