Piscinas de envidia
Está lejos, pero voy a su encuentro.
Entre dos aguas. Observo su cabeza primero, y sus dos hombros, sus caderas, sus rodillas, sus pies luego, como cuando admiras un buque anclado en una bahía, tú dentro del mar y el barco ofreciéndote la proa. Su cuerpo levita mágicamente suspendido y oigo cómo grita mi nombre sin pronunciar palabra. El pelo negro se le desparrama lento, dulce, como caen las nubes en dias de nieve.
Me acerco y oigo latidos en mi pecho.
A saltos emerjo y me sumerjo y veo las dos mitades del mismo cuadro, en el aire la primera, con ruidos de chapoteos y conversaciones que retumban, en el agua la segunda, con el silencio como cómplice.
Estoy llegando a su altura y descubro su paz y eso agranda mi envidia.
Estira los brazos. La adivino ahora crucificada, pero bocarriba, mirando al cielo. Sólo veo sus cabellos que descansan en el agua y no sus ojos que imagino reconcentrados en disfrutar de la tranquilidad del momento. Ella sigue haciendo el muerto, aislada del mundo, casi sonriendo a la vida. Y sin el casi.
Paso junto a ella, toco el final de la calle, giro y me impulso con mis pies en la pared de la piscina, viajo por debajo del agua y aparezco más allá de su reposo. No la he molestado. Pero ahora, mientras nado de espaldas para seguir espiándola, me doy cuenta que soy un incorregible mirón envidioso, y cuando termino el largo, yo también me crucifico y hago el muerto.
Entre dos aguas. Observo su cabeza primero, y sus dos hombros, sus caderas, sus rodillas, sus pies luego, como cuando admiras un buque anclado en una bahía, tú dentro del mar y el barco ofreciéndote la proa. Su cuerpo levita mágicamente suspendido y oigo cómo grita mi nombre sin pronunciar palabra. El pelo negro se le desparrama lento, dulce, como caen las nubes en dias de nieve.
Me acerco y oigo latidos en mi pecho.
A saltos emerjo y me sumerjo y veo las dos mitades del mismo cuadro, en el aire la primera, con ruidos de chapoteos y conversaciones que retumban, en el agua la segunda, con el silencio como cómplice.
Estoy llegando a su altura y descubro su paz y eso agranda mi envidia.
Estira los brazos. La adivino ahora crucificada, pero bocarriba, mirando al cielo. Sólo veo sus cabellos que descansan en el agua y no sus ojos que imagino reconcentrados en disfrutar de la tranquilidad del momento. Ella sigue haciendo el muerto, aislada del mundo, casi sonriendo a la vida. Y sin el casi.
Paso junto a ella, toco el final de la calle, giro y me impulso con mis pies en la pared de la piscina, viajo por debajo del agua y aparezco más allá de su reposo. No la he molestado. Pero ahora, mientras nado de espaldas para seguir espiándola, me doy cuenta que soy un incorregible mirón envidioso, y cuando termino el largo, yo también me crucifico y hago el muerto.
5 comentarios
mox -
coco, que si mola, ¡ya lo creo que mola!
lunaaaa, envidia, purita envidia.
lola, me encanta bucear a pulmón libre y sentir ese silencio aislante, único, transparente, que te presta el agua.
(Y unas patatitas para picar)
Lola -
Tu historia me ha despertado recuerdos acuaticos.
Un beso
Gracias por el martini, que sea seco y con aceituna..
lunaaaaa -
coco -
malasanta -
El cuadro te ha salido perfecto.
Como decía Robert De Niro... "tuuu, tuu, tu vales!!!"