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Erase Una Vez

Gentes

Gentes

Paco era muy peculiar. Si a alguien había que decirle eso de que vendió el burro para comprar la alfalfa, ese alguien era él. Paco compró el coche antes de sacarse el carnet de conducir. Y lo hizo con la convicción de que sabiendo ese dinero gastado, le daría ánimos para enfrentarse a los papeles de la autoescuela de su amigo Ezequiel, con sus señales, sus tests, y el temido examen de tráfico. Paco tenía manos inmensas, hartas de mover pesos, amigas de sus muchos amigos, y de un buen vaso de vino de la taberna del Andrés pero enemigas de bolígrafos, libros y libretas.

Su yerno, Alfonso, el hijo del Andrés, diez años más tarde, contaba que los ingenieros de la ITV no podían creer que un coche de esa edad tuviera 30 Km (los que le había hecho para acercarlo a esas dependencias). Alfonso nunca contó que les dijo (para que no pensaran mal de su suegro) que era el capricho de un coleccionista, pero claro, un Renault 4L, no solía estar en vitrinas de coleccionista alguno. Además, Alfonso se acababa de sacar su carnet de conducir pero ya tenía sus buenos treinta.

Como el caso era bien raro, los ingenieros llamaron a las autoridades, por si estuvieran tratando con amigos de lo ajeno o alguna familia de poseídos y Alfonso tuvo que responder a unas cuantas preguntas allí mismo, en un despacho de la ITV que le hicieron una pareja de guardiaciviles, pero esto, como ya he dicho, nunca lo contó, claro. Ni tampoco la panzada de reír que se dieron a su costa y a la de su suegro cuando conocieron y comprobaron la verdad.

Ezequiel, en los tiempos en que Paco se quería sacar el carnet, tuvo un accidente con un coche cargado de alumnos que casi le cuesta el negocio. Le reconoció a su hija Nieves. repentinos desvanecimientos durante las clases, culpables de despistes, falta de reflejos y de algún accidente más o menos grave, mejor o peor confesado y siempre mal disimulado y muy bien difundido para su desgracia. Pero no le contó que todos se mofaban de sus breves siestas, ni que le hacían parodias simulando sus cuellos rotos y zarandeándolos ante los vaivenes del coche en las curvas, en los baches y en las paradas. Había quien lo despertaba en los semáforos frenando a fondo, con mucha brusquedad, de forma que el hombre se levantaba casi un palmo de su asiento. Y un coro de risas aguantadas sonaba en el coche. Alguien, incluso contó el cuento de la bella durmiente y Ezequiel volvió a la consciencia justo antes del beso del príncipe. Se quedó con el mote del Bello Durmiente.

Nieves se enteró de eso diez años más tarde, en una de las conversaciones que tuvo en la cama con Alfonso, el hijo del Andrés. Alfonso, el de los frenazos, no sabía que Ezequiel recién superada su enfermedad, acababa de morir en un choque frontal con un camión porque su conductor se quedó dormido, ni tampoco se llegó nunca a enterar del dolor y el daño que causaron las malas lenguas como la suya, que repitieron una y otra vez sin conocer lo que realmente ocurrió, la antigua historia del Bello Durmiente. Alfonso suspendió seis veces el carnet con Ezequiel, así que lo dejó para otra época. Ezequiel mantuvo la autoescuela abierta seis meses después de su principio de narcolepsia porque quería que su hija la heredara, contratando personal para dar las clases y perdiendo el poco dinero que entraba del negocio. Cuando vio la falta de interés de ella, lo traspasó.

Nieves se acostó seis veces con Alfonso el hijo del Andrés y se las arregló para que Paco los pillara en la cama la sexta vez. En seis días, Alfonso se encontró en la calle, sin un céntimo, sin esposa, sin casa, sin amante, sin trabajo y con fama de ponecuernos. En seis semanas se encontró viviendo en otro lugar, queriendo olvidar nunca supo qué, porque nunca supo de dónde le vino la patada que le dieron en el culo porque nunca se le dio bien eso de atar cabos.

El espía que marchó al frío

El espía que marchó al frío

Soy espía de un estrecho callejón y sus colores me llegan rebotados en las paredes de ladrillo rojo y negro.

Debajo se puede oír cómo las olas abrazan las rocas o cómo se deslizan entre los bloques de hielo que se golpean sordos, solitarios.

Hay 2537 ladrillos entre ventana y ventana y un dibujo de un dragón escupiendo llamas azules al que alguna vez le he pedido fuego y compartido algún cigarrillo. La mesa del despacho, está junto a la ventana, soportando los juegos negro-rojo, rojo-negro de los ladrillos de las ventanas y la luz del día, siempre gris, entra con tanta tacañería que siempre hay que dejar encendidos los fluorescentes.

Me salpica una ola y el viento, a base de golpes, me acaricia la cara y me lava el pelo con sus remolinos.

En mitad del callejón hay una mancha de sangre que me recuerda al mapamundi y que ahí, caída, respirando la mugre, da color al gris asfalto.

Cada vez se escuchan más las voces de los niños jugando a saltar en la nieve y el frío, a buscar cubos de hielo para hacer enormes castillos de arena con diez torres regordetas y una puerta de pluma de gaviota.

La mancha de sangre nunca supe quién la dejó y para explicármela, invento historias de amores despechados heridos de muerte sobre ella, o asaltos violentos de navaja, o un pintor que amaba la soledad del callejón y la pintó allí mismo, en forma de gota de sangre dispersa.

A pesar del nevado gris encapotado, frio y helado, el sol me quemaba los ojos, así que recurrí a gafas oscuras y a la crema protectora para el resto del cuerpo. Luego me puse el traje de piel, sobre el bañador.

La sangre siempre me ha llamado la atención. No podía verla en mi cuerpo. Me desmayaba. Y sin embargo en los demás hasta incluso me agradaba porque recogía tonos de ojos tristes y miedos repugnantes cargados de escalofríos. Por eso me pasaba el tiempo libre agarrado a un vaso de whisky, mirando sin mirar, mirada ausente, muriendo por mirar el vómito de sangre pintado por un pintor sin nombre en el estrecho callejón, espiando... expiando.

La policía contó a la prensa que había saltado desde la ventana, que era curioso porque conmigo eran tres los suicidas, y, como yo, los otros dos habían caído con la cabeza exactamente en el mismo sitio: una mancha rojiza que algún malintencionado dibujó en el suelo, el centro de una diana perversa, el fin del camino para unos pobres alucinados y otras frases por el estilo que engordaron y magnificaron este arrebato.

Pero os juro que no fue así. Tan sólo me asomé a la ventana para ver más de cerca el glaciar del callejón y la gente que vivía allí y, por puro descuido, resbalé en el hielo y caí. No recuerdo más.

Ahora estoy aquí, en el glaciar, junto a otros dos amigos y saludamos al nuevo que, de vez en cuando, se asoma por la ventana con aires aburridos y nos mira sin mirarnos.

El joven más viejo.

El joven más viejo.

Estoy acostumbrado desde que recuerdo a cambiar un minuto de sueño por uno de vigilia. Al principio, tenía ganas de hacer el tiempo eterno, impaciente y lleno de aventuras y cuando en el primer mes logré vivir media hora más de juegos, exploté de alegría. Entonces fue cuando me planteé vivir más que nadie.

Ahora, tras veinticuatro años ahorrando un minuto de sueño cada noche, me he convertido en el hombre joven más viejo del mundo y al mismo tiempo he cumplido un año menos. Enlazo anocheceres y amaneceres y disfruto siempre de ese minuto que le gano al día siguiente como el triunfo cotidiano.

Soy rico en tiempo, y en experiencias, en lecturas y en viajes, y me sacan en televisión de vez en cuando. Tengo un notario del libro de los Guiness viviendo en casa desde hace unos años esperando certificar el record, y la gente acude a mi tienda de 24 horas, más para verme la cara y fotografiarse conmigo que para comprar.

Y, la verdad, cuando me hablan de sueños cumplidos, de sueños de amor, hasta cuando me hablan de pesadillas, y me preguntan por los míos, siento una envidia tremenda por algo que todavía no he podido vivir.

Me doy cuenta que he entrado en coma profundo inverso porque se me ha olvidado cómo dormir.

Se me ha olvidado cómo soñar.

El año que viene

El año que viene

Lloro lluvia por ningún motivo. Me crispo y sale sola sin arco iris al fondo, gris y fría, sin gotas de perlas en las macetas de casa, sin dibujos en el vaho de la ventana.

Me miro la barriga y siento que no tengo cuerpo, sólo sollozo, desconsuelo. Me siento abierto en canal y extirpado el hígado, el sexo y la sangre, me quiebro y lluvio llanto.

Me siento en el rincón de detrás de la puerta, agacho la cabeza y aprieto los ojos hasta sus quejas y exprimo a los lacrimales su dolor. Me recojo en feto con mis rodillas empeñadas en ocultarme la cara, clavándose en ella, llanto de lluvia salada, ácida de limón amargo y me pregunto por qué... para tomar soluciones.

De momento, amargo mi llanto salado y ácido todo el tiempo que puedo hasta sentirme bien, con ese bienestar que sabes huidizo, típico de enfermo de recaídas agotadas, con ese bienestar que se marchará en el momento que me asalte la idea de verme VACIO , y peor aún SIN POSIBILIDADES

Problema de densidades

Problema de densidades

Abrí una libreta.

En la primera hoja escribí un hombre andando sobre el agua de un lago. Se explica porque era mas ligero que el agua y por eso no se hundía.

En la segunda, el hombre conoció a una mujer de la aldea de la montaña que bajaba todos los días de verano a bañarse al amanecer del lago y la espió detrás de una nube de mosquitos. La mujer miraba la nube de mosquitos. La miraba porque le parecía que los mosquitos formaban una cara. Esa era su razón.

En la tercera hoja, escribí que el hombre que flotaba lloró al comprobar que la mujer se asustaba de su presencia y además escribí que la razón de que la mujer se asustara era porque los mosquitos podrían dañar los labios de esa cara y no soportaría ese dolor.

En la cuarta el hombre agitó sin querer las manos y las abrió y los mosquitos creyeron que las descubría para que descansaran de su vuelo incesante y se posaron en ellas. La mujer comprobó que la nube dejó de ser nube y se convirtió en una mano perfecta, suave, larga, de finas arrugas en dedos alargados, que pedían entrelazarse con los suyos. Con el sol queriendo imponerse a la noche y la magia de la visión de una mano se oyó un fuerte chapoteo, como el de un cuerpo que cayera en el agua. La razón del chapoteo es que el peso de los mosquitos hizo que el cuerpo del hombre dejara de ser liviano y se hundiera en el agua.

En la quinta hoja escribí que los mosquitos huyeron de la mano que los arrastraba hacia el fondo del lago e inmediatamente una columna de agua se levantó pero a la inversa y el hombre que flotaba y que se hundió volvió a flotar. La razón es que volvió a ser ligero. También escribí que la mujer tenía los ojos verde primavera más bonitos y transparentes que se pueda alguien imaginar y otras cosas de ella que hicieron enamorarse al hombre ligero.

En la última hoja el hombre más ligero que el agua y que por eso flotaba sobre ella decidió dejar de ser invisible (Esa era la verdadera razón de que fuera tan ligero y flotara) y al momento la mujer enrojeció recogió sus ropas y se marchó con su hijo y su esposo a la aldea de la montaña y jamás volvió. El hombre no pudo desmaterializarse porque la materialización de lo invisible es un cambio irreversible. Ahora recorre las aguas del lago con lamentos infinitos que se mecen en las orillas del lago. El hombre materializado no está muerto. Su alma sí. Cuando nosotros vemos a alguien lo vemos porque tiene el alma cosida al cuerpo, pero cuando se rompen las costuras ya no. Por eso no vemos ningún hombre en el lago. En cambio sí oímos su lamento de viento y las olas que provoca en las orillas. Esa es la verdadera razón de las olas y del ruido del viento cuando cabalga sobre ellas.

Túnel de aterrizaje

Túnel de aterrizaje

Hoy ya he respirado y no me toca otra vez hasta mañana. Así que me vuelvo a bucear.

Reinventar

Reinventar

Una vez me quise reinventar y conseguí un estropicio. Todos lo decían.

 Así que no me quedó más remedio que nacer de nuevo, pero cuando me autoparí fue peor aún, y además de escuchar que todos lo decían yo también lo pude observar.

La huella

La huella

Tengo una huella que siempre me lleva la contraria. De vez en cuando se me escapa y me pisa al revés renunciando a todo. Ella dice que es por amor, pero yo creo que es por fastidiar, por llevarme la contraria.

El otro día, sin ir mas lejos me crucé con unas rodillas enmarcadas entre una falda ceñida dos palmos hacia arriba y unas largas botas de cuero, dos dedos por debajo. Y claro, allí saltó mi huella contraria, con el consentimiento de mi subconsciente y por puro amor. Se puso a caminar a saltos detrás de aquellas botas con huellas de tacón alto (todo hay que decirlo) y de mucho carácter, como debe de ser.

Ante tamaña rebeldía, corrí hacia ella y la despegué del suelo en un santiamén. Cuando iba a reprenderla unos ojos mudos alumbraron mis palabras nonatas recriminándolas, y sencillamente me ahogaron la riña. Aquellos ojos eran los dueños de las huellas de las botas y por puro amor dejé de regañar y acaricié toscamente la huella contraria, sonreí y la dejé marchar.

Desde entonces ya no ando igual. Al menor despiste se me rebelan las huellas y se escapan en todas direcciones. Yo hago lo que puedo. Las persigo, las recojo y me las guardo en los bolsillos y cuando llego a casa los vacío encima de la mesa y les canto las cuarenta.

Hay un guardia en el barrio que las multa en cuanto se escapan por ir en dirección contraria. Yo las despego del suelo y me las guardo, pero no doy abasto. El guardia ni se inmuta y no atiende a mis quejas. Sigue agotando talonarios de multas.

Así es que ya está bien. Ya no puedo más. Me voy detrás de mi subconsciente, de mis huellas rebeldes y de los ojos que arropan en sueños mis palabras nonatas, que no me dejan vivir, que ya no sé si los odio de muerte o los amo de locura.

Promesa

Promesa

Le prometí nacer con el sol un día y esperé a sus últimos minutos de verano.

Se fumó un largo cigarro y en todo el viaje sólo dejó resbalar unos pocos monosílabos de mirada perdida.

Luego, yo regresé al sol y lo busqué muchas más veces para guardarlo en la cámara.

La vida

Los juegos se han inventado para que siempre pierda.

Licántropo

Licántropo

Pagué al conductor el billete y me arrinconé contra la ventana en un asiento de los del centro con la esperanza que los otros pasajeros, o siguieran hasta el final o se quedaran al principio, dándome una paz que reclamé desde que me caí de la cama aquella misma mañana.

El autobús arrancó.

Clavé la cabeza en el cristal frío y sentí cómo una sangre nueva me invadía. Cerré los ojos y sonreí. Esa paz enemiga se volvió amiga, y recorrió todo mi cerebro para hacerlo más grande y mejor. Recorrió mis brazos y mis piernas, mi pecho y mis espaldas para hacerme grande, fuerte, merecedor de la felicidad. Y el bullicio de la gente, lejano, inaudible, se convirtió enseguida en cataratas de gritos, en estampidas de carreras locas y en terrores de pesadilla. No quise despertar de mi felicidad y bostecé aullando, molesto por la insignificancia de los que gritaban y los lamentos crecieron desde ambos lados del autobús. Abrí los ojos repentinamente, me levanté y protesté violento con un alarido para que callaran todos de una buena vez y dejaran de molestar. Me encontré con manos extendidas hacia mí, luchando contra mi aliento, luchando contra el huracán de mis labios, arrumbados entre un desbarajuste de ojos desorbitados y de dientes que sobresalían de sus gargantas.

Sus gargantas... Me apetecía quebrarlas.

El autobús osciló hacia un lado y hacia el otro, mecido por la avalancha de gente aterrorizada que trababa las puertas intentando escapar de algo incomprensible (que yo no veía en ningún sitio por mucho que buscara alrededor como un demonio enjaulado). Me enfurecí y chillé como no lo había hecho hasta ahora y mi mirada fué un lanzallamas que paralizó el aire, lo vació de oxígeno y ahogó todos los espantosos llantos que peregrinaban errantes mortificando mis agudos oidos. Husmeé todos y cada uno de sus olores, y todo se agolpó en mi cerebro, tan receptivo en esos momentos. Mi fuerza se triplicó y sentí estallar mis músculos debajo de la ropa.

La felicidad fué completa. Ya no se oía a casi nadie. Quizá algún incomprensible lamento, pero que ya no importaba. Me calmé y dí las gracias a todos por su comprensión. De reojo, observé que la saliva que había empleado en callar a toda aquella gente, me goteaba por la barbilla y caía encharcando el suelo seco. Daba igual. Seguía elevado en mi felicidad. Y me senté cerrando los ojos.

Creían que no los escuchaba, pero los percibía claramente. Se apresuraban en abandonar el autobús con cuchicheos sobre una fiera dormida, sobre la suerte de que no tuviera hambre, con palabras de terror temblorosas. Incluso el conductor.

Se estaba bien allí, sin ruidos, de noche, en mitad de ninguna parte, con la luna llena, antes invisible por la contaminación espesa de la ciudad. Se estaba bien. Sí. Me quedaré a dormir aquí, en mitad de ninguna parte. ¡Qué paz! ¡Qué feliz quedo!

MJ

MJ

Añadí un dedo de ginebra al Martini, unas gotas de zumo de limón y unté el borde del vaso con el mismo limón que había exprimido. Las aceitunas rellenas, una en cada extremo del mondadientes acabaron el aperitivo. Luego, lo mezclé con un poco de música, un poco de lectura y me hundí en el sillón durante hora y media, disfrutando de un momento de soledad.

Entre página y página me vi hablando con esa amiga que se tiene a los quince o dieciséis años de la que estás enamorado hasta las lágrimas, que te habla como si fueras su hermano porque sabe que tu mejor amigo es su novio y para ti ella es intocable... o tal vez por eso, a ver si provocando me dejo llevar, a ver hasta dónde soy capaz de aguantar. Me agarró una noche de los pelos y me obligó a decirle a otra que me gustaba, pero se lo dije mirando a sus ojos, sin apartarme de su cara.

La cosa acabó cuando acabó el verano, se reanudó durante el siguiente verano y acabó en el verano de los diecisiete cuando, teniendo vía libre, no me atreví a decirle que la quería.

La idolatré y la comparaba con las que iba conociendo y como nuestra imaginación es tan poderosa y consigue que las diferencias entre dos personas lleguen a convertirse en defectos, me fui alejando de todas las que conocí.

Un día, mucho después la vi por la calle. Esperaba el autobús. Iba con su hijo. Los mismos ojos grandes y grises que te devoraban cuando la mirabas, la misma sonrisa, el mismo pelo largo, muy rizado y alborotado, los mismos latidos locos en mi pecho, secretos, veloces, el mismo sonrojo, la misma estupidez en mis gestos y en mi hablar.

Trató de que introdujera una compañía de seguridad en el polígono en donde yo trabajaba.

No la he vuelto a ver.

No sé. Esta noche me ha dado por pensar en ella, pero no me ha latido con fuerza el corazón ... Será por el Martini...

Me miro al espejo

Me miro al espejo

Creo que lo que me desnuda es la verdad, aunque también la mentira.

Creo que me desnudan las miradas pero también las palabras.

Creo que me desnudan mis actos y por supuesto mis no actos.

Y aborrezco que me desnuden porque prefiero desnudarme yo y disfrutar del juego de quitarle la ropa a la realidad sin sentir pudor por mi desnudez.

Gaspar

Gaspar

Felices fiestas a tod@s Laughing

Sin mis pies ni mi cabeza

Sin mis  pies ni mi cabeza

No me queda mucho tiempo, así que te lo explicaré sin rodeos. Vengo de un mundo en donde el marido tiene que escaparse por la ventana porque llega el amante, donde las gentes son capaces de vivir de nutritivas hamburguesas y donde los profesores sustituyen a los padres en casa y los padres sustituyen a los profesores en la escuela.

No me esperaba que tú fueras diferente. Nunca había visto a nadie que se reflejara en un espejo, ni que me dijera cosas bonitas de las olas que bañan las playas. Jamás oí decir que la vida dura menos que la vida de un árbol que no se quema ni se tala, ni que cientos de manos juntas logran vivir mejor que separadas.

Además, estoy acostumbrado a dormir con los ojos abiertos y a respirar con la nariz tapada, a volar sin escoba y a beber boca abajo, por eso no puedo entender que tu mundo dice cosas que luego no hace, hace cosas que nunca dijo y mata cosas bellas. Y por eso me voy tranquilo de no haber aprendido nada vuestro.

Y esto fue lo que dijo una mariposa a una moxca el día de su último aleteo, ya casi sin fuerzas mirando al cielo de la luz, cerca de una amapola marchita de fin de verano

Tú

A veces me gustaría no dormir para así curar el insomnio y cuando estuviera agotado quedarme horas junto a mi almohada. En realidad no duermo para pasar por la vida del día siguiente como un zombie y evadirme así de la cotidianeidad.

Hablo y floto y vuelo por un entorno de aire. Debajo, ellos, y medio existiendo entre nubes que no me dejan ser, yo.

Luego estás tú... Si no sujetaras el cordelito del globo, me escaparía hasta la estratosfera. No sé si eso sería bueno o malo. Sólo sé que lo del cordelito me lo invento yo, que tú no tienes alma para retener a nadie si nadie quiere escapar, que tú no tienes otro deseo más que dejar que cada uno sea lo que quiera ser y ayudarle a que de verdad sea.

...Estás tú...

Meditación

Meditación

Todas las mañanas, cuando me levanto, medito un rato sentado, a solas con mi intimidad. El cuerpo me lo pide y por eso no fallo ni una mañana.

Y allí estamos, mi amigo Roca, el silencio y yo.

Y medito sobre todas esas cosas en las que suelen meditar las moxcas a esas horas:

"¡Ala! ¡Cuántos pelos tengo en los dedos de los pies!"

"¿Hoy toca lavarme los dientes?"

"¡Anda! ¡Si se me ha abierto la boca!"

"Zzzzzzzz"

Medito tan profundamente que ya me han puesto más de una vez el despertador para que salga del estado de nirvana profundo en que caigo. Pero no cualquier despertador, no. Me ponen el de las campanas grandes, ése del que el año pasado vino a quejarse el del cuarto ("Como presidente de la comunidad de vecinos y en representación de todos y cada uno de ellos, te conmino a que te deshagas del dichoso despertador ese que tienes, que cada vez que resuena la escandalera, salen los bomberos del parque a ver quién les gasta bromas y a nosotros... hombrepordiossantobendito ¡¡¡¡¡Todas las mañanas a las seis!!!!!")

La última vez que me sonó en una de mis meditaciones profundas, volví a la vida en mitad de un infarto y de unas malintencionadas carcajadas con timbre de esposa juerguista y bullanguera.

Y ji,ji,ji, ja,ja,ja, como te pille, cógeme si puedes, puerta por aquí, puerta por allá, roces de gacela y de león, terminamos, sin darnos cuenta, haciendo el amor en mitad de la calle. Los curiosos en el momento PLOP, prorrumpieron en una cerrada ovación y nos vimos obligados a subirnos a un contenedor de basura y saludar.

"¡Que se besen! ¡Que se besen!"

"¡No, que me da mucha vergüenza!" (dije yo)

"¡Pero abuelitos, que tenéis nietos!" (dijo mi nieta)

"¡Agh! ¡Mi nieta! ¡Qué bochorno! ¡Tierra trágame!" (dije yo)

Pero como suelen suceder en estas cosas todo acabó en confusión, porque al final, resultó que nuestros hijos, de 5 y 10 años aún no habían engendrado, estaban todavía durmiendo y además se nos echaba encima la hora de llevarlos al Cole, y que, como siempre, íbamos a llegar tarde.

Convendréis que mi vida, sin meditaciones, no es nada

El especialista

El especialista

 

Tengo un oficio poco común.

Hay días que acudo a los estrenos de cine que dan en sesiones cerradas a periodistas especializados y nada más terminar la película aplaudo, primero lentamente y luego más rápido y así consigo que los demás me hagan coro. Las críticas serán más favorables si los aplausos se arrancan antes y son más fuertes. Por eso me contratan.

Hay días en que entro cientos de veces en una tienda nueva arrastrando con mi entrada a clientes verdaderos que se habían entretenido mirando el escaparate de la calle y, delante de ellos, no paro de hacer comentarios en voz alta sobre la magnífica calidad de la ropa, el asombroso precio tan barato que tienen, las piezas únicas que nadie nunca encontrará en ningún otro sitio, el buen gusto, el original diseño y la decoración tan especial de la tienda. Siempre consigo resultados muy buenos en estos casos.

Hay días que me contratan restaurantes para que, después de comer en una mesa central, obligue al maitre a pedir al cocinero que salga y allí mismo, delante del público que frecuentemente deja de comer por curiosidad de la situación, les alabo la ingeniosa combinación de sabores, la salsa exquisita con la que se acompañaba tal o cual plato y la elegante presentación con la que deleita y aturde los sentidos. Luego sigo con la escogida carta de vinos tan bien estructurada y de paladar tan auténtico. Si el rumor que se extiende por entre las mesas supera determinados decibelios cobro más.

Hay días en que voy a los clubes de tenis, a los de golf, a los hípicos y a algunos bailes privados con objeto de alardear de joyas bien compradas, que han satisfecho expectativas de esposas y amantes y nombrar al joyero tan competente que tiene una solución para cada necesidad o sugerencia. Aquí tengo que seleccionar muy bien el público oyente, pues lo hago cara a cara. Y he de confesar que es más difícil controlar si han ido o no a contentar sus caprichos y no me queda más remedio que fiarme de la palabra de la joyería.

Últimamente el negocio se ha hundido un poco por la crisis y he tenido que recurrir a ser el primero que se sube a la plataforma de un concierto de un grupo famoso volviéndome loco por los huesos del o de la cantante y que los guardias de seguridad me saquen a empujones golpes y bofetones. Cuanto más desgarrados son los gritos de dolor y cuanto más desfigurados son los gestos de sufrimiento, menos ganas le quedan a la gente de subirse al escenario y cuanta menos gente se suba, más cobro yo.

También he tenido que ser el voluntario que pide el domador de circo para poner la cabeza debajo de las patas de un elefante, el que se sube a un edificio en llamas y se tira el primero al colchón inseguro que los bomberos tienden en el suelo y el primer huelguista que recibe los porrazos de los antidisturbios o el primer antidisturbios que recibe el primer ladrillazo (dependiendo de quién me contrate, claro). Estos últimos casos siempre cobro si salgo en la tele y más si soy portada de periódicos. La condición es que se vea sangre, como en el caso de los conciertos. Hago también de ayudante de mago, ése al que parten en dos con la sierra, de corredor de bolsa que siembra rumores de pánico para que se consigan buenos precios de compra, de detenido esposado en los campos de fútbol con una enorme navaja de Albacete delante de mí para servir de escarmiento, de soldado contento, de ganador de lotería, de doble de Darth Vader cuando le cortan el brazo y de Homer Simpson en el bar de Moe.

Bueno, de algo tengo que vivir ¿no?

Sin querer

Sin querer

Cierras los ojos para que un beso flote en tu mejilla y te devuelva la mirada. Tu boca se convierte en tartamudas palabras que se descuelgan chorreando agua reseca y ni siquiera una excusa pobre enriquece el desgastado ambiente. Por eso es mejor callar.

En mitad de un silencio lógico, unos brazos te rodean de cariño la cabeza y la refugian entre unos pechos blandos y suaves que respiran tranquilos, sin pedir perdón ni masticar rencor..

Algo se quiebra muy dentro y llora la falta de ganas de vivir.

 

 

 

 

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Deformación profesional

Deformación profesional

Desde que tengo aficiones nudistas no puedo dejar de pensar obsesivamente en la gente. Las veo caminado y ya no tienen ropa. Me miran al pasar como si no me vieran y su mirada desnuda me transmite calidez. Es, digamos, una especie de deformación profesional de visitante asiduo de arena cálida transitada por cuerpos morenos caminando sin lastre de ningún tipo.

Y me sale sin maldad. Quiero decir que no juzgo. Y que veo desnudo al dueño del bar de debajo de casa y a la familia que pasea por el parque un domingo cualquiera por la mañana. Y no juzgo. Simplemente me dejo llevar con naturalidad. Divago, imagino e imagino que todos imaginan a todos en un universo pura necesidad de despojarse de la corteza y dejarse ver sin vergüenza los cuerpos que no tienen culpa alguna de las mentes que los coronan y de sus prejuicios inventados. Y no juzgo. Dejo que me venzan las miradas que me ignoran, las miradas sin deseo, las miradas pausadas, a cámara lenta, que se resbalan por el placer de mirar entre las rosas, las largas espaldas, los bancos de madera, los ojos que sonríen, el lago salpicado de patos y las caderas que descansan sobre piernas de sol.

Y yo, desnudo, sigo desnudando.