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Erase Una Vez

cosas del calor

La hora golfa

La hora golfa
Entre las tres y las cinco de la mañana. Ya sabéis. La hora golfa. Oí una queja. Pero ni caso. Seguí a lo mío. Y entonces una mano me toca la espalda. Me la palpa como para convencerse de algo. Luego, no contenta se va a la cabeza. También, como para convencerse, da dos o tres palmaditas en la coronilla. Pero creo que no ha acabado de convencerse. Porque después de todo, nada la impide palpar un trozo de cara mal afeitada. Varias veces. Arriba y abajo. Abajo y arriba.
Ya convencida, la mano se posa en mi cadera. En el hueso. Glup. Escalofrío sensual. Respuesta inmediata. Se me levanta. ¡Sí! ¿pasa algo?. Me aprieta para fijar mejor la posición. Abro los ojos como Amenabar. Sonrisita tontita. Y mi cerebro mensajea al sudor, que se prepare, que preparados, que listos, que... que no. Que ahora me zarandea.
- Mox.... Mox.... el crío. Que quiere zumo.
- Brurmpfgrrrr. Son las...
- ¿Estás empalmado?
- ¡Sí! ¿pasa algo?
Y me levanté de la cama, con el sueño roto, dolido de intenciones malintencionadas y moxqueado como cualquier moxca con expectativas desexpectativadas a darle zumo al niño.

Sonrisas de la vida

Sonrisas de la vida
Algunas veces la vida me dedica una sonrisa que me hace quererla.

Como cuando mi mayor me dijo hablando del Quijote "Ah!, entonces tú eres Mucho Panza, ¿no?"

O como cuando mi pequeño me dijo "Papi, ¿Me puedo llenar de flores los bolsillos para llevárselas a la Mamá?"

o como cuando mi mayor nos dedica sus únicas canastas del partido de baloncesto

o como cuando mi pequeño le da por hablar y me atropella con cinco o seis historias que se inventa

o como cuando nos buscamos por entre las mantas

o como cuando os leo...

Piscinas de envidia

Piscinas de envidia
Está lejos, pero voy a su encuentro.

Entre dos aguas. Observo su cabeza primero, y sus dos hombros, sus caderas, sus rodillas, sus pies luego, como cuando admiras un buque anclado en una bahía, tú dentro del mar y el barco ofreciéndote la proa. Su cuerpo levita mágicamente suspendido y oigo cómo grita mi nombre sin pronunciar palabra. El pelo negro se le desparrama lento, dulce, como caen las nubes en dias de nieve.

Me acerco y oigo latidos en mi pecho.

A saltos emerjo y me sumerjo y veo las dos mitades del mismo cuadro, en el aire la primera, con ruidos de chapoteos y conversaciones que retumban, en el agua la segunda, con el silencio como cómplice.

Estoy llegando a su altura y descubro su paz y eso agranda mi envidia.

Estira los brazos. La adivino ahora crucificada, pero bocarriba, mirando al cielo. Sólo veo sus cabellos que descansan en el agua y no sus ojos que imagino reconcentrados en disfrutar de la tranquilidad del momento. Ella sigue haciendo el muerto, aislada del mundo, casi sonriendo a la vida. Y sin el casi.

Paso junto a ella, toco el final de la calle, giro y me impulso con mis pies en la pared de la piscina, viajo por debajo del agua y aparezco más allá de su reposo. No la he molestado. Pero ahora, mientras nado de espaldas para seguir espiándola, me doy cuenta que soy un incorregible mirón envidioso, y cuando termino el largo, yo también me crucifico y hago el muerto.

Paseo

Paseo
Hoy, como casi nunca, he sacado a pasear a mis piernas. No están acostumbradas, por eso se enredan, tropiezan y dicen obscenidades. Yo me doy prisa lentamente, pero no pueden seguirme. Así que tengo que parar rápido cuando se niegan a caminar más.

Image Hosted by ImageShack.usPero las conozco demasiado bien. Sé que en realidad están esperando a esas otras piernas, abrigadas hasta las corvas con botas de piel suave rosada, rodillas envueltas en finas medias brillantes de seda verde manzana y culminadas por falda de paño ajustada, rosa tierna, que han entrado en la oficina del abogado del pueblo.
Entonces me encaro con ellas y les digo que esas piernas que no, que ya tienen dueña. Pero me llaman antiguo y se encienden un cigarro mientras esperan.

Desquiciado, me he desmontado, las he dejado allí apurando la colilla y ahora vuelvo arrastrándome a casa.

Por el camino me he tropezado con doña Engracia que se arrastraba también muy sufrida porque sus piernas se habían empeñado en ir al abogado del pueblo a montarle un escádalo y decirle que o se dejaba a la querida o ya podía ir buscandose otras que lo aguantaran. Y ella que se había desmontado para no pasar un mal trago, encontró en mí un hombro donde dejar correr lágrimas de falsa vergüenza y unas palabras de consuelo que acariciaron con música sus sofisticados pendientes rosados.

Es lo menos que podía hacer por mis piernas.

Liberación

Liberación Me han despertado con una bofetada que me ha tirado al suelo. Después como un resorte he vuelto a por otra bofetada... y de nuevo al suelo, y de nuevo otra bofetada y al suelo, y muchas veces y muy seguidas. Cuando me parecía que no lo aguantaría más, me han salvado, sujetándome entre dos manos, casi con mimo, como sopesándome, abrigándome, dándome cariño. Pero luego, esas manos salvadoras me acaban de traicionar, porque me han arrojado lejos, al aire, y aunque al principio he sentido como una liberación (volar es una liberación), luego he visto la altura y he sentido vértigo y miedo de caer, como cuando eres poderoso y recalas sin saber ni cómo ni por qué en el duro nivel cero.

Vértigo de caer en picado hacia lo desconocido, dando vueltas y más vueltas sobre ti mismo, vértigo de giro, desmayo y desplome. Hubiera gritado si no me hubieran desposeido de mi boca. Hubiera vomitado si gozara de estómago.

Y ahora un golpe seco contra una madera y otro final contra un cable curvo de acero y por un agujero de aire me enredo en una telaraña de cuerdas y caigo, a plomo, al duro nivel cero.

Con prisas, de mano en mano, me conducen según la secuencia bofetada - suelo, bofetada – suelo y vuelvo a liberarme volando, planeando, ascendiendo... y otra vez el maldito vértigo al caer, los malditos giros, las malditas tripas que se me revuelven aunque sepa que por dentro estoy relleno de nada, el agujero de aire, la red y la caída seca final...

Y así durante cuatro tiempos de diez minutos.

¡¡Estoy harto!!. No hagáis como yo. No queráis disfrutar, como yo, de unos segundos de liberación (volar es una liberación), porque la caída siempre es injusta aunque justificada. Así que nunca se os ocurra reencarnaros, como yo, en una pelota de baloncesto.

Esas fotos

Esas fotos Me han fotografiado durmiendo en un sillón con un globo atado a la oreja, sentado en calzoncillos con la tapa de una olla por sombrero y una escoba en la mano, disfrazado de vieja con su pañuelo negro liado a la cabeza, sacando la barriga (y vaya barriga) junto a mi cuñado con un litrito de cerveza a mi vera, y también desnudo, pero la que me llego al alma fue la que me tomaron haciendo el amor encima de un ordenador en la oficina en un día loco que tuve.

La pregunta

La pregunta Tenía su destino en mis manos porque él había querido. Una sola pregunta. Me hizo una sola pregunta y su futuro fue mío. Una respuesta rebuscadamente verdadera lo llevaría a su complicada meta, pero una respuesta sabiamente equivocada lo hubiera extraviado totalmente en la inmensidad de esta amable vorágine.. Y él lo sabía. Y aún así quiso ponerse en mis inciertas manos. Que conste que nadie lo obligó a aceptar mi respuesta equivocada ...o no...

¿Qué capricho me daría? ¿Lo confundiría para siempre o lo llevaría por el recto sendero de la verdad?. ¿Lo volvería loco con lo enrevesado de mi voluntad o sería flecha directa hacia la diana?

Y fue entonces cuando observé cómo su rostro se transformaba a cada gesto mío, cómo asentía, se preocupaba, se inquietaba, se desesperaba, todo a la vez, tan sólo con que cambiara yo el grado de timbre de mi voz... Se sentía aturdido, negaba, quería explicaciones...

¿Qué antojo me inundaría?...¿Lo confundiría para siempre o sería flecha directa?

En esos momentos yo era ese Cesar de pulgar indeciso, ese que arañaba la muerte o cantaba la vida, ese que tenía los destinos de las gentes en su poder.

Y todo cambió de repente. Su mirada, angustia. Su incomprensión, ignorancia. Su ignorancia, incomprensión. Su angustia, su mirada.

Levanté el pulgar hacia arriba. De hecho siempre lo hago. No soy un Cesar fuerte...

- Siga usted recto y en el segundo semáforo tuerza a la izquierda. Se encontrará una calle ancha ligeramente cuesta abajo. Sígala. Al final, vaya a la derecha y en la replazeta que se encuentre, haciendo picoesquina está la tienda de los jamones.

- Especiales. Muy ricos.

- De nada, hombre, que sienten bien. Hasta otra.

Y es que ya se sabe... hoy por ti mañana, por mí.

Mi habitación preferida

En una habitación hay dos personas. Sentadas. No se hablan. Una de ellas se reclina, se tumba, se gira y se acerca las rodillas a la cara. Para que no se escapen, las sujeta con sus brazos. La otra desenfoca la mirada y la nubla a voluntad. Terminan por cerrar los ojos y piensan ambos en su habitación: un mar allí enfrente, el Sol colgado en el techo azul intenso salpicado de pequeñas y lejanas nubes blancas como la nieve, una brisa marina remolinea al abrir las ventanas, un húmedo olor salado, un suelo de pura arena fina embellecido con numerosas piedras blancas como el algodón, , una pared que llega hasta aquellas rocas tan amarillas, de formas tan rebuscadas, y la otra que llega hasta la duna de la montaña, detrás, el caminillo de acceso que serpentea entre los matojos.
Ahora están tumbados y se examinan. Las toallas rellenas de arena. Se sonríen. Las olas se revuelven entre blanca espuma. Se abrazan. El sudor refrigera los cuerpos . Se dan paz y calor. El viento arremolina los cabellos. Se buscan entre besos.

Acoso

Acoso De espaldas a mí, de pie, cabizbaja, lee. Sigilosamente me acerco, la recojo entre mis brazos, cadera con cadera pero su espalda contra mi pecho, como a traición. Susurro quedo detrás de su oido, entre sus rizos oscuros...

- Hola mi amor (léase como Javier Gurruchaga en ¡Hola mi amor yo soy tu lobo)... Soy tu obseso sexual...

Entonces, sin perder el contacto de nuestros cuerpos, se gira pausadamente, muy pausadamente y me mira, me mira de arriba abajo, me sonríe, me guiña un ojo, me mira, me mira de arriba abajo otra vez y se vuelve a seguir leyendo. Y escucho.

- Obeso, cariño, obeso...

Sé que le gusto. Lo noto por las cosas que me dedica.

Otro día, otra hora, otro momento, la misma escena...(quedo, muy quedo al oido, a medio camino de su nuca...). Con voz melosa...

- ¡Con-taaa-míname! ¡¡Mézclate conmigoooo!! (cántese como Pedro Guerra, porque como Ana Belén ni de coña, vamos).

Entonces, sin perder el contacto, me mira y me remira... y escucho, también muy quedo.

- Chirrías.

Y otro día más, y otra hora y otro momento, pero la mismita escenita, la mismita...

- Quisiera serunpez para meter mi nariz en tu peceraaa y haser burbujas de amor por dondequiera UUUU-u-uu (sí, sí como el Juan Luis Guerra y lo 4 40, pero muy sensualrlrlrl)

Entonces, sin perder el contacto, se gira, me mira, me remira, se aprieta...y escucho...esta vez como más agitada la cosa...

- ¡Fantasma! (y más bajito, con menos decibelios) Anda y ven a asustarme esta noche.

Rabo de nube

Rabo de nube Acaba de leer. Cierra el libro y lo abandona, descuidado, en la mesa. Sonríen sus ojos. Estira brazos, manos, piernas y pies como si buscara crecer de golpe dos palmos y consigue en el intento hacer volar varios cojines del sofá.
Su camiseta de tirantes negra se encoge... Su ombligo socarrón aparece y me guiña un ojo... Se acortan sus minúsculos pantaloncillos... Se alarga su cuello de cisne... Se retuerce aún mas su cintura de serpiente...

Y de un salto se puso en pié, dejó sobre la mesa el libro, apagó la tele, me cerró la boca abierta, se quitó la camiseta me guiñó un ojo y salió del comedor.

Como tardo en reaccionar, le da tiempo de llegar al dormitorio y acostarse boca abajo, con la cara enterrada en la almohada, las piernas separadas y unas palabras gritonas explotan en el aire.

- ¡Tráete la crema!

Entré corriendo con la crema en una mano y mis pantalones en la otra, su camiseta entre los dientes y una toalla al cuello.

- Ya sabes lo que tienes que hacer.

“Tragar saliva como un loco”, pensé.

- Sí, cariño. Ponte cómoda – dije.

- ¿Más?. ¡Anda, empieza!

Aunque nos habíamos duchado un rato antes, ya acudían perlas de sudor a nuestros cuerpos. O por lo menos al mío, en concreto a mi frente. Mi frente era como el chorro de una fuente.

¿Su cuerpo?. Moreno, descansado y relajado, firme en los hombros, tierno en la cintura, respingón y provocador el trasero, de seda en sus muslos, de arcilla en sus piernas. Negros rizos en la nuca que me estorbaban, y que sujeté a la cabeza con su toalla. Mis manos libres. Silvio Rodríguez. Rabo de Nube. Me senté a su lado. Atemperé la crema en mis manos. La extendí por toda su suave anatomía. Comenzaba el espectáculo.

Le amasé los hombros, llegando hasta su cuello, su nuca e incluso más arriba, y volví en dirección contraria una y otra vez. Apoyé los dedos y presioné haciendo círculos, en uno de los huecos de la clavícula. Volví a amasar toda la zona. Ronroneos escapan de sus labios, cada vez más profundos, cada vez más débiles. Los pulgares capturaban una y otra vez montículos de carne compacta que se elevan y se pierden, que juegan alegres al escondite por toda la espalda.

Y más sonidos tranquilos que flotan entre el calor y que huelen, sensuales, a lo que te imaginas.

Pero quiero terminar con el masaje y por eso me aislo por completo para repartir la justa presión en el punto justo, nutrir con crema hasta lograr un deslizante surco por donde corren mis dedos y deshacen el engarrotamiento del músculo, aplanar, estirar, recoger, golpear controladamente, dejar caer mi propio peso, durante casi cuarenta y cinco minutos sobre esa espalda tan tensionada hasta lograr la absoluta relajación.

Silvio dejó de cantar, el calor continuaba, el silencio de la noche me visitó y quedaron mudas mis manos... y ella también.

... ... ... ...

Me duché, me acosté, busqué su mano, barajé sus dedos con los míos y me dormí.

Quentin

Quentin Para variar no podía dormir esa noche. El calor me hizo desterrar la cama, buscar un buen libro de Coelho, y, como no tengo jardín en donde tomar viento fresco, situar la confortable mecedora entre las dos ventanas más grandes y más separadas de toda la casa, abrirlas y disfrutar de la corriente de aire que circulaba por el pasillo. Mantuve medio cerrada la ventana del comedor para que el aire no amenazara viento y se esfumara lo agradable de la situación... Facilidades de regulación de caudal de aire que tienen los pisitos con galería y comedor a la otra punta del dormitorio.

¿Y queda algo más?. Pues sí, faltaba solucionar la sed. Con la luna creciente me apeteció un aperitivo de sol de mediodía: una botellita de Barbadillo muy fría y unos taquitos finos de Guijuelo atocinados, como me gustan a mí.

¡También, también!. Sonaba suave, muy suave Ottis Redding (sitting on the dock of the bay), Ben E king (stand by me), Platters (only you), Boby Vinton (blue velvet) y otros grandes del soul...

¿Es que dudabas lo del masaje en el cuello?. Manos expertas que redondean hombros, suben por el cuello, la nuca y se pierden en el cuero cabelludo, manos expertas que amasan clavículas y se hunden en las articulaciones, manos expertas que te arrancan ronroneos de gato viejo que se ve querido por una niña cariñosa, osa, osa...

Bueno, pues sí, dúdalo, dúdalo mucho; que la noche no podía ser perfecta.

Acomodado, acalorado, bebido, soñoliento, enmusicado (¿existe el palabro?), enleido (¿ein?) hasta las cejas, mis mejores sueños se mezclarían con pensamientos Coelhanos, perlas brasileñas que cuando las escuchas te emborrachan de placer tu jodido corazón...

Y todo se vino abajo. Hubo un trueno. En un segundo. Una patada abatió la puerta y, rápido, la pierna que se mezclaba con las astillas de madera se arrancó súbito, ágil, silenciosa y se coló en mi piso con el permiso de su contundencia. Tumbé la mecedora hacia la izquierda, evitando el golpe que me lanzó esa terrorífica pierna por la derecha, y rodé un metro hasta la mesa y sin mirar recogí con una mano la copa de Barbadillo y con la otra la catana de Hatori Hanzo, que desenfundé de un movimiento seco y hacia atrás, lanzando como proyectil el rígido cuero de la funda que fue esquivado sin problemas por mi contendiente. Cerré los ojos, apuré el barbadillo y protegí mi cabeza del golpe que venía desde atrás, dispuesto abrirla como un melón maduro, sosteniendo plana la catana sobre mi nuca. Sin perder el contacto ambas espadas, movimiento detenido, me revolví y observé dos ojos intensos, azules como zafiros, turbadores como el dolor y sobrecogedores como su odio, que me despellejaban vivo. Era Mamba Negra.

Lo vi claro como el agua. Uma Thurman frente a mí clavándome su odio. David Carradine, agonizando por el golpe de los cinco puntos que estallaban el corazón, dio su quinto y último paso, mientras que Daryl Hannah enloquecía ciega de dolor. A mí sólo me quedaba el Guijuelo y el culo de la botella de Barbadillo. (De ahí mi frase en la peli: ¡¡¡ voy a besarte el culo!!!), porque ni Lucy Liu, ni Michael Madsen ni Vivica Fox ni cada uno de los chinos del ejército de Liu podían ayudarme de lo muertos que estaban...Moriría con las botas puestas, a lo grande.

Cuando al día siguiente en la calle me avisaron de lo enorme de mis ojeras, tenía que responder.

- Demasiado Kill, Bill.

Flotar

Flotar Juego con mis hijos a ser una pelota que flota en el agua. Me dan vueltas, me hunden hasta el fondo, me hacen viajar por la orilla de la playa, me dan abrazos, se suben sobre mí, primero a horcajadras, más tarde de rodillas y luego de pié, me intentan sacar del mar, me hacen cosquillas y me retuercen la nariz.

La pelota adopta las mil y una postura que solicitan los jugadores, y en el silencio del agua, las amortigüadas voces cantan, ríen, gritan y se mezclan con la ausencia de la respiración y los lentos latidos del corazón, y es entonces cuando la pelota extiende sus brazos y siente que las puntas de sus dedos se adormecen porque un suave calor las envuelve y se va apoderando después de brazos, piernas y pecho, y por fin de la voluntad. La pelota, durante unos segundos, no escucha nada más que vacío...
Comienza ahora la urgencia de aire, la supervivencia del cuerpo, pero la voluntad obliga un poco más a la pelota y la reta a aguantar un poco más.
Al final la explosión y el derrumbe del silencio y una frase de mi mayor.
- ¡¡95!!

¡Por fin!

Ya puedo salir mas allá del portal de casa y pasearme libremente entre las palmeras y bajar a la playa, encarándome de vez en cuando con una mar limpia y serena que se me insinúa y me provoca descarada para que entre en ella, muerda su espuma tranquila y nade en sus secretas y oscuras entrañas...
A duras penas resisto.

Y al volver me encuentro con mi madre que con voz queda me recrimina."Nene, ¿de donde vienes?". En la habitación de dentro, los ronquidos de mi padre se han interrumpido. Creo que la conversación le interesa y no quiere perderse ni una palabra. Se lo pongo difícil susurrando una escueta contestación "Si es que con este calor no puedo dormir y he salido a pasearme." "¿A las cinco de la mañana?" (perseverante mi madre). "Siiiii. Anda, vete a la cama y sigue durmiendo." "No, si con este calor yo tampoco puedo." (se olía que me fugaría de nuevo y se quedaba velando armas) "Venga, venga, que como sigamos hablando vamos a despertar a los críos" (cruel amenaza la mía que surge un inmediato efecto porque provocó el abandono de las posiciones maternales como guardiana de la puerta de casa).

Despedida y cierre....

¡¡Pues no!!, porque después de comprobar que mis angelitos dormían plácidamente esturreados por toda MI CAMA, me escapé para amar al mar que sabía brindarme un extraño sosiego, dulzón y por qué no, tenebroso, libertino y transgresor (me bañé desnudo, claro), un sosiego esperanzador que me brindaba un paréntesis de tranquilidad entre el día que había sido y el que me esperaba.

Regresé al oir la máquina limpia playas. Comenzaba el día con tres horas maldormidas.