Blogia

Erase Una Vez

La Buena Educación

La Buena Educación


- ¡¡Ay, Mariano, amorcico de mi vida y de mi corazón!!

Ese grito de mujer (fue un grito, sí, y fue de mujer, sí) venía del pasillo de las cervezas. Así que dejé de ordenar el inordenable carrito del Carrefour y picado por la curiosidad de ese amor tan ardiente asomé indiscreto el radar para ver más de la escena.

- ¡Me cago en tó lo que tiene patas y se menea!

Siguió la buena mujer, pero gritando menos apasionada, más controlada, más dolorida. Y tiró su zapato al suelo con rabia, con ganas de dejarlo huérfano de tacón. Su cara era mezcla de puro dolor y odio y mientras se masajeaba el pié desnudo con una mano, con la otra le daba golpes a las piernas del marido.

- ¿Pero es que no me has visto?
- Que sí, pero ha sido sin querer. Perdona, mujer
- ¿Sin querer?, ¡¡¡¡¿Sin querer?!!!!.

Y le dijo de todo menos guapo.
Él la quiso ayudar a levantarse pero ella no le dejó. Con prisas recogió el zapato del suelo, se lo ajustó y sin atender los balbuceos del marido le dio una bofetada en el brazo que seguro hubiera querido dar en la cara y se alejó cojeando por mitad del pasillo central a rebosar de gente, quitando pellejos, despotricando.

- ¡Sin querer!, ¡¡Sin querer!!. ¡¡Anda y déjame tranquila!!

El marido se queda con el carro en mitad de la nave mirando cómo se va cabreada. Con la boca abierta. Incrédulo. Resignado.
Se queda como escribiendo mentalmente 500 veces “No volveré a pisar los juanetes de mi mujer con el carro del Carrefour lleno”.
Se queda como asustado pero sereno. Debe saber que tiene las llaves del coche en el bolsillo y que por eso se libra de no regresar a casa andando.

Entonces me miró, me sonrió y me dijo:

- Hay que ver qué educada es mi mujer, que antes de nada me ha dicho que me quería.

Extraño

Extraño

Nunca se supo cuándo llegó al pueblo. Jamás por qué lo abandonó después de tantos años. Ni mucho menos quién se interpuso entre él y su familia.
Nadie se imaginó la suave aspereza de la bolsa que guardaba en su armario ni tampoco lo castigado que se veía en el espejo después de viajar a su través.
Todos envidiaban su ofensiva gallardía, su innegable felicidad, su aplomo. Cada uno de nosotros lo quiso imitar y nos sentíamos como una mala fotocopia emborronada, pasada de tinta o como una fotografía demasiado expuesta al sol de colores degradados.
La bolsa y el espejo eran su secreto y su perdición, su fe y su superstición, su buena mala suerte.
Todo era tan complicado para un pueblo furioso con ese hombre extraño que dejó de serlo un buen día cuando matrimonió con la viuda del médico y se hizo cargo también de una hija que no era la suya, convirtiéndose entre los maridos y padres, en el mejor.
Con el paso del tiempo la gente ya no supo de qué vivía. Unos decían que desaparecía con tanta frecuencia porque estaba metido en sucios negocios de la capital. Otros que nació rico y por eso no trabajaba como los demás.
Yo lo veía a ratos joven y a ratos viejo, como cansado de nosotros. En esos momentos de disimulada hartura, lo podía ver leyendo con frecuencia bajo la sombra de algún olivo, sentado en una jarapa franjeada de colores vivos, y si te acercabas a saludar, picado por la curiosidad de saber qué tenían esos libros que eran más importantes que las siestas, o que las conversaciones de los vecinos, sus ojos, muertos, contrastaban con los alegres colores que lo rodeaban. Por eso intercambiábamos alguna sonrisa, un buenas tardes y un rápido que usted lo lleve bien.
Pero lo cierto es que nunca le faltaba ni dinero ni humor para gastarlos en la cantina, ni generosidad ni conversación con las gentes que lo requerían, aunque a veces prefiriera la soledad como compañera de largos paseos por las colinas cercanas.


Puede que alguna vez escribiera un cuento que comenzara así. Puede.

Evadán

Evadán

Adán y Eva son los últimos habitantes de la tierra.

Caminan de vuelta hacia el Paraíso, quitándose molestas prendas que se vuelven a cada segundo más y más inútiles. Y ya desnudos, Eva deshabla con una serpiente y deja colgando de un árbol, una manzana. Y Adán le sujeta del brazo y la redescubre desnuda y Eva lo envuelve en sus manos y se miran como sólo se miran dos novios sedientos de querer y así se apetecen como la primera vez.

Luego, Eva se sumerge en el cuerpo de Adán, y se confunden en una mezcla de torso de mujer y piernas de hombre, con dos ancianas caras nuevas y que no saben qué hacer, que miran hacia el cielo y se arrodillan junto al polvo de un camino, esperan que llueva y cierran los ojos para sentir el tranquilo llanto del cielo que va impregnando calladamente las arenas finas hasta convertirlas en barro. Evadán oye una música que lo redime de su fatiga y se abandona a ella. Se deja caer y se siente disolver en la tierra.

Al cabo de unos pocos días (cinco), el mundo terminó por desaparecer.

...Hasta el próximo Big Ban.

¿Gustáis?

¿Gustáis?

A treinta y tres grados a pié de asfalto, y con las mangas cortas pululeando por la ciudad, se me ponen ojos pequeñitos cuando miro agradecido al Lorenzo, y bizqueo de pura alegría delante de mi hijo para sacarle una risotada.

Las gotas de sudor caen sin permiso tan sólo por andar y de las calles se evapora una bruma ligera que acalora.

Y sin más, cuando llego a casa, abro el armario, me pongo delante del espejo de la puerta y me digo que este veranito no me harán falta flotadores para la playa, que tendré que llevar gorra para no quemarme y que mi pequeño volverá a meter su índice en mi ombligo cuando quiera jugar a hacer desaparecer cosas.

Luego me miro con más cariño para decirme algo bonito... y no encuentro palabras.

Así que cierro el armario y me voy al frigorífico y me pongo otro Martini, a ver si las encuentro en el fondo del vaso o en las olivicas rellenas de anchoas que he sacado para acompañar. ¿Gustáis?

Dudas

Dudas

Docenas de veces atraviesan mi cuerpo y luchan por salir, pero no les dejo. Se enquistan entonces y crecen hasta lograr romperme y escapar y, aunque tardan mucho tiempo, toda una existencia les da para convertirse en leña viva que prende al contactar con el oxígeno del aire en el mismo instante que se liberan y es entonces cuando queman mis alrededores, mi vida, mis gentes, mis sueños.

Me encanta el mar. Quizá es por lo que tiene el agua de bombero. Quizá por lo que tienen de músicos las olas. Quizá mañana toquen una balada triste y lenta que las serenen y así no inicien el fuego.

Masajes voladores

Masajes voladores

Es de noche. Huelo mis presas.

Adelantadas unos pasos, caminan de vuelta a casa. Las siento preocupadas, tensas, impacientes por llegar a no saben bien dónde y descargarse en el rincón de un sofá para desconectar y dejar que la mente vuele entre nubes blancas, húmedas... y volver a revivir en mitad de un baño de espuma o de lágrimas (que a veces también sirven, no se crean), sin lograr alejar fantasmas.

Esas son mis presas, mis queridas presas.

Siempre hay una calle estrecha, una farola apagada o un portón abierto donde empujarlas y actuar. Sorprendidas, el grito no les llega a la garganta y así aprovecho para taparles la boca con una cinta adhesiva en medio de miradas de aterrado miedo, y sin dejarlas reaccionar, atarlas de pies y manos.

Despliego entonces en el suelo mi alfombra, de anchura y largura suficientes para que cómodamente quepan dos personas. Conecto un mp3 a unos diminutos altavoces y dejo correr a Astrud Gilberto, Diana Krall o Norah Jones, según la noche. Enciendo una vela de jazmín o azahar y les pido que se suban a la alfombra. Increíblemente la mayoría sube sin más. Me sitúo detrás, solícito

Al pronunciar el poderosos conjuro y empezar a volar vuelven la cabeza incrédulos hacia atrás como para que les confirme que no sueñan. La música se escucha nítida, el olor impregna la alfombra, la calma es absoluta, pero todo corre cien metros por debajo nuestro a velocidad vertiginosa. Delicadamente rompo las ataduras de las manos y de los pies y comienzo a arrebatarles la ropa y dejarles al descubierto la espalda.

Aceite de lavanda y naranja, atemperado en mis manos y esparcido por sus hombros. Amaso los músculos que bordean el cuello y con los dedos anteriores sobre la clavícula y los pulgares sobre los omoplatos, desplazo el masaje desde los hombros a la nuca. Juego con las zonas duras, rígidas a pellizcarlas, a hundirlas, a retomarlas, a que se escurran entre mis dedos y a presionarlas como buscando un camino que las atraviese sin forzarlas, que las ponga donde debieran de estar y que les haga disfrutar de la carrera de los dedos.

Para ese entonces, mis víctimas están tumbadas en la alfombra, boca abajo, con los ojos cerrados y con los pensamientos vagando entre la música, entre la ciudad a nuestros pies y entre el aroma a azahar y acompañan con murmullos de cómodo regocijo las suaves presiones de mis manos y se abandonan a todo. Incluso alguna vez he tenido que llamarles la atención para que no levitaran demasiado y de este modo evitar caídas tontas e irremediables.

Logro al fin que el sueño las domine y así hablo con sus almas. Les recuerdo levemente intensas pasiones, colchones deshechos, alegrías derrochadas y mares serenos junto a una gran luna llena roja... y también todo eso que tú te imaginas ahora y que no sabes expresar nada más que con las manos rellenas de recuerdos, de sueños y de esperanzas ilusionadas.

Por último las dejo desnudas, relajadas en sus camas y me despido de sus almas con abrazos, esencias y sonrisas, enrollo mi alfombra mágica y como me gusta andar, me llego paseando hasta mi casa.

Nunca más las vuelvo a ver.

Tiempo

Tiempo

El tiempo ha puesto a todos mis sueños en filas de a diez y los ha ido diezmando, tal y como formaban y diezmaban a las legiones romanas, y a modo de castigo ejemplar, si se amotinaban o hacían una campaña cobarde y desastrosa.

¿Vienes?

¿Vienes?

Dejo crecer mi vida y te encuentro acostada cada noche junto a mí. Dejo crecer mi corazón y se escapa por mis ojos, mi boca y mis manos, actuando, diciendo, observándote. Y no tengo duda. Aunque te pese. Es lo mejor. Descansas ahora con los labios entreabiertos respirando nuestro aire, dejando crecer tu vida al lado de la mía y sin saberlo dándome lo que te pido.

Una rosa roja, unas palabras que cuelgan sobre tu mesa, una foto nuestra, las pequeñas cosas que te he ido regalando, siempre cerca de ti. La rosa pinta de rojo mi mirada. Las palabras las dicen mis latidos. Los pequeños recuerdos son grandes regalos y los pequeños regalos son grandes recuerdos y todo porque los miras tú.
Dentro de instantes, desnuda la noche, preguntaré ¿vienes? Y, dormida, y como siempre, me dirás que no. Entonces esperaré y trataré de ver películas en las sombras sin luz del techo y una sonrisa acariciará mi boca cuando te eches sobre mí, tu pierna sobre las mías, tu cabeza en mi pecho, tu mano en mi cuello. Y con ronroneos suaves me dirás con tu cuerpo que bueno, que sí, pero que sólo un poco, que ronco como una mala bestia. Y que si te rasco.

Delicadamente firme es el pulso de mi garra sobre tu espalda, y araño tus hombros, tu columna, tu cintura, tu culo y lo celebras murmurando suaves gustitos Mmmmmm mmmmmmmmmm MMMMMMM mmmmmmMMMMMmmmmmm mmmmmmm... y , como una dulce serpiente te enroscas y me aprietas y se alegra mi alma.

Y un buenas noches y un beso de contorsionista en la boca y un eco vacío que devuelve tan sólo el beso, porque duerme en su murmullo.

Atando cabos

Atando cabos

Una vez conocí a alguien que dijo que para liberarse de tensiones se imaginaba al jefe o al entrevistador o al catedrático en calzoncillos y haciendo el amor.

A mí no me gustan las intimidades de nadie intimidatorio.

Y sí me gusta lo bello, lo latino. Y mucho.

Así es que, atando cabos, yo, para liberar tensiones, prefiero imaginarme haciendo el amor a la vecina del primero, que es más saludable y me da auténtico morbo. Además, no me cuesta adivinar su sudor en una noche cálida de verano, que revista su morena desnudez hasta hacerla brillar. Tampoco, adivinar un suave acompasamiento en el vaivén de su salvaje pelo de luminoso azabache. Ni adivinar, por fin, un estirar de manos, de brazos, de cuerpo y de alma hacia atrás, que provoquen que sus dos insinuantes pezones inquietos tiemblen rítmicamente. Y todo cada vez más exagerado... más profundo... más sabroso.
Escucho ahora jadeos, pequeños jadeos. Escucho también al aire volverse fuego en el fuego del verano. Escucho vaporizarse al mar con violenta esfervescencia. Escucho por fin un ahogo desahogado, un reventar controlado de flujos y una tensión destensada, suave, cálida, pausada, inmóvil.

O si yo no fuera el sino ella ¿por qué no imaginarme al vecino del primero haciendo al amor? (cuerpo estirado, tirante, suave, lampiño, que me abarca, que busca, que me encuentra, y que me acarició, besó el cuello, el vientre, el ombligo, las caderas, los muslos, por delante y por dentro, el ombligo de nuevo y ya mis pechos mientras me acariciaba Venus y por fin Júpiter, y que me entra y que me inundo de él y con él y que me explosiono de nuevo y que lo sujeto, lo retengo con mi vagina para fundirme en él... en fin...)

Hay otros que dicen que para liberar tensiones vislumbran a su antagonista encerrado en el cuarto de baño haciendo esfuerzos para liberar los intestinos...

Pero bueno, ahí sí que ya no quiero entrar ni con la vecina (o si yo no fuera él sino ella), ni con el vecino del primero.

Jesús

Jesús

Un primo mío decía que detrás de un lector hay un potencial escritor.

Es profesor en una escuela de adultos. Pero su afición a las letras le ha hecho publicar artículos de fondo en un periódico local. Semanalmente publicaba también una entrevista a personajes locales anónimos muy pintorescos. Y últimamente tuvo un programa de radio de tintes taurinos.

Hablamos de los blogs. No los conocía. Le dije que había literatura en sus venas. Le dije que había ideas fantásticas, que en muchos había poesía en palabras. Que lo importante era escribir para comunicar emociones, historias, fantasías, amores, sueños, paisajes, originalidades... y nadie con afán de publicar en papel, sino en su bitácora, una casa que construíamos a medida.

- ¡Ah! ¿tú también escribes?
- Sí. También tengo un blog. Ya sabes, me gusta mucho leer.

Me preguntó también si me importaba o no que la gente me leyera. Le dije que escribía para mí. Se sonrió. Se dió cuenta que le había mentido como un bellaco y que lo que realmente ocurría era que me leían pocos. Así que rectifiqué y le conté la verdad.

- ¡Oye! Pocos pero selectos...

Nos reimos los dos.

- No, si la sensación de no interesar a nadie lo que dices también la he tenido yo, pero la verdad es que no me arrepiento de lo que hice porque es una gran experiencia.

- Sí.

No se nada de él desde hace tiempo. Este verano volveremos a hablar del asunto. Seguro.

Los tres cerditos

Los tres cerditos

Me disponía a inventar el cuento de los zapatos invisbles a la vez que le daba la cena al pequeñajo. Pero resulta que el señorito tiene oídos muy regalados y manías cabezonas y dice que como no ha adivinado el título del cuento, no quiere oírlo. Y me cambia el cuento. Y ahora quiere que le cuente el de los tres cerditos.

Así que empiezo:
- Érase una vez tres cerditos....
- ...Un cerdito la construyó de paja, el otro de palos y el otro de ladrillo. Cuando el lobo...
“No, papi. El lobo no, que me da miedo”
(ya empezamos...)
- Bueno, pues el perro...
“Que no, que no.”
...
“Una cabra”
- ¿Cómo que una cabra?
“Sí una cabra chupacasas”
Así que entre risas continué:
- ...Y la cabra chupacasas dijo o me abres la puerta o chuparé, chuparé y chuparé y la casa me tragarééééé.
“Pero tienes que decir BEEEEE, como las cabras”
(no, si es que me lo pone difícil)
- ... Y la cabra chupacasas dijo BEEEEEEE o me abres la ...
“Eso ya lo has dicho”
- Sí pero no en el idioma de las cabras
Se queda pensando.
(¡¡toma ya!!. Le he hecho dudar . 1 – 0)
“Ja, ja no sabes hablar como ellas. Yo sí. Mira. BEEEEE... ¿qué he dicho?
(touché. 1 –1)
- Que te siga contando el cuento para acabar de cenar.
“No. Es cuando la cabra chupa casas se traga los palos de la casa del otro cerdito y tose porque se le atrancan en la garganta.”
(qué beso le dí)
- Entonces se escaparon corriendo a la casita de ladrillo
“Y la cabra tiene ahora una boca de pincho que se quema cuando se cae a la cazuela llena de agua hirviendo”
- Y la colita también
“¿Pero vas a terminar el cuento?”
(y encima me vacila el tío)
- Pero si ya lo has terminado tú.
“Pero tú tienes que terminarlo en el idioma de las cabras.”
- Vale. BEEEEE, la chupacasas, se BEEEEEÉÉÉÉÉÉE la cola y el morro de pincho y sale corriendo toda quemada., BEEEEEE, BEEEEEE, BEEEEEEEE.
(bocados, pellizcos, cosquillas, pedorretas...)
- Y colorín colorado este cuento se...
“Ha acabado”
Menos mal que terminé de darle la cena.

Igual

Igual


Es como cuando me encontré ese billete tirado en la calle hace ya muchos años. Igual. No paraba de mirar al suelo por simpatía, por si acaso se hubiera perdido algún otro y lo fuera a encontrar así. Durante muchos meses mi cuello fue un anzuelo de pescar billetes.
Anteayer, en un semáforo, me miró una mujer por la ventanilla del coche. Me sonrió, arrancó con la luz verde y desapareció. Ahora me emparejo con todos los coches que llevan mujer incorporada por ver si me sonríen. Cuando detengo el coche, justo a la altura de la ventanilla del otro, giro la cabeza, la inclino sobre el volante y sonrío. Hasta hoy he conseguido que me sonrían dos niños, una anciana y un señor de mediana edad (pues sí, ya acepto sonrisas de todo el mundo). El resto disimulan y miran al otro lado de la ventanilla.
Pero mirar al otro lado de la ventanilla de un coche es como mirar a los pasajeros del coche de al lado y cuando circulo por una avenida con tres carriles o más y aprovecho un semáforo en rojo provoco un efecto dominó de miradas desconcertadas. En cierta forma me expando y llego a todos los coches que se alinean conmigo para capturarlas.
Mañana me despediré de mi familia y viajaré a Madrid y luego a Barcelona. Me encanta experimentar con avenidas anchas. Y por supuesto no os parecerá raro si os digo que sueño cada noche con los semáforos de París, Londres, Ciudad de México, Buenos Aires, Nueva York y San Francisco. Pero sé que todo llegará.
Durante muchos meses mi cuello parecerá un alambre que se retuerce en cada semáforo del mundo y brinda la oportunidad a mis ojos de que les sonrían.
Hoy he llegado a tu ciudad... ¿O es que acaso no me has visto hurgar con una mirada y una risa por el interior de tu coche mientras esperas que se ponga en verde el semáforo?

Revueltos

Revueltos

Y por eso estoy aquí, en la terraza de la azotea, para no ahogarme entre paredes. Así además, me dejo refrescar por un viento de alas de gorrión que me entresaca ideas, sentires y propósitos.
Sin saber cómo ha sido, he viajado en el tiempo esta tarde. Me he visto sentado en aquel último pupitre de la clase, doblado de dolor, con la cabeza gacha para que no se me vieran las lágrimas y deseando salir y respirar.
Ese ahogo tengo ahora.
Y no lo quiero. No sé por qué. No lo entiendo... O sí, pero no lo quiero entender.
Me refugio al aire libre, cerca de las estrellas, lejos de las calles, y aún más lejos de mi cama. Necesito no dormir, tener un insomnio decente. Por lo menos una noche y que me respete las ganas de llorar, y de oirme soltar desde la tripa hondos gemidos largos y apagados como las velas recién sopladas de un velatorio.
Necesito ese baño de madrugada en el Mediterráneo para que se confundan lágrimas oscuras con aguas claras cargadas de noche.
En fin...

Hola primavera.

Hola primavera.

Cuando abrí mis ojos, casi abandonado ya, los suyos se escapaban de sus órbitas. Su garganta, en un grito mudo, me reclamaba más, pero no la supe escuchar. Y con la sombra de la duda y sin saber muy bien qué hacer, quise retirarme.
Pero no me dejó (ahora ya lo sé. ¡Cómo iba a hacerlo!).
Sentí tan fuerte el golpe de sus manos en las caderas que me hizo temblar y violentamente, entrar de nuevo.
Entonces estalló en la habitación un rugido ronco escupido al viento: "¡¡Acábalo, cabrón!!", y provocó empujones que me volcaban dentro de ella, hasta que volvió a quedarse quieta, respirando fuerte, gritando muda, preparada para sentir. Y esta vez fui yo quien me agité con furia en sus entrañas. Quedó en tensión todo su cuerpo, y me atrapó tan profundo y tan íntimo en su interior que cuando aulló de placer, se derrumbó sobre mí y creí que me asfixiaba, exploté.
.....
Le busqué una mirada cómplice, pero lo único que hallé en sus entornados ojos fue el murmullo de las olas batiendo la playa, y una sonrisa feliz. Como la mía.

Paseo

Paseo

Hoy, como casi nunca, he sacado a pasear a mis piernas. No están acostumbradas, por eso se enredan, tropiezan y dicen obscenidades. Yo me doy prisa lentamente, pero no pueden seguirme. Así que tengo que parar rápido cuando se niegan a caminar más.

Image Hosted by ImageShack.usPero las conozco demasiado bien. Sé que en realidad están esperando a esas otras piernas, abrigadas hasta las corvas con botas de piel suave rosada, rodillas envueltas en finas medias brillantes de seda verde manzana y culminadas por falda de paño ajustada, rosa tierna, que han entrado en la oficina del abogado del pueblo.
Entonces me encaro con ellas y les digo que esas piernas que no, que ya tienen dueña. Pero me llaman antiguo y se encienden un cigarro mientras esperan.

Desquiciado, me he desmontado, las he dejado allí apurando la colilla y ahora vuelvo arrastrándome a casa.

Por el camino me he tropezado con doña Engracia que se arrastraba también muy sufrida porque sus piernas se habían empeñado en ir al abogado del pueblo a montarle un escádalo y decirle que o se dejaba a la querida o ya podía ir buscandose otras que lo aguantaran. Y ella que se había desmontado para no pasar un mal trago, encontró en mí un hombro donde dejar correr lágrimas de falsa vergüenza y unas palabras de consuelo que acariciaron con música sus sofisticados pendientes rosados.

Es lo menos que podía hacer por mis piernas.

La hora golfa

La hora golfa

Entre las tres y las cinco de la mañana. Ya sabéis. La hora golfa. Oí una queja. Pero ni caso. Seguí a lo mío. Y entonces una mano me toca la espalda. Me la palpa como para convencerse de algo. Luego, no contenta se va a la cabeza. También, como para convencerse, da dos o tres palmaditas en la coronilla. Pero creo que no ha acabado de convencerse. Porque después de todo, nada la impide palpar un trozo de cara mal afeitada. Varias veces. Arriba y abajo. Abajo y arriba.
Ya convencida, la mano se posa en mi cadera. En el hueso. Glup. Escalofrío sensual. Respuesta inmediata. Se me levanta. ¡Sí! ¿pasa algo?. Me aprieta para fijar mejor la posición. Abro los ojos como Amenabar. Sonrisita tontita. Y mi cerebro mensajea al sudor, que se prepare, que preparados, que listos, que... que no. Que ahora me zarandea.
- Mox.... Mox.... el crío. Que quiere zumo.
- Brurmpfgrrrr. Son las...
- ¿Estás empalmado?
- ¡Sí! ¿pasa algo?
Y me levanté de la cama, con el sueño roto, dolido de intenciones malintencionadas y moxqueado como cualquier moxca con expectativas desexpectativadas a darle zumo al niño.

Rodar

Rodar

Llegaron, nadie sabe de dónde, y a pesar de ser nosotros un pueblo desconfiado, pronto nos convencieron.

Cuando aparecieron por entre las cabañas de la aldea abriendo los brazos e inclinando sus cabezas amables repetidas veces, pensamos que unos seres así no nos traerían peligro. De caras pintadas y tatuadas, vestían con ropajes oscuros. Andaban como si se deslizaran flotando entre nubes bajas y eso nos impresionó tanto o más que la primera vez que les escuchamos articular un sonido. Porque sus voces cantaban mejor que nuestras flautas y si se ponía atención se captaban murmullos de ríos torpes enredados en curvas retorcidas o suaves ecos de profundas montañas cargadas de nieve. Sus gestos invitaban a comunicarnos y pronto logramos entendernos. Por todo eso, tampoco fue difícil maravillarnos ante la sencillez del mundo y su proyecto para mejorarlo. Nos pedían colaboración. Y nosotros se la dimos.

Veréis:

Nuestra aldea se situaba en la zona de las luces perpetuas, así que para dormir se habilitó la Gran Cueva. Por turnos, varias familias dormíamos a la vez mientras el resto hacía vida. No dejábamos que nuestras lágrimas asomaran y nunca nos pudo ningún sentimiento. Todo se medía en función de nuestra necesidad de dormir y nunca llegamos a sentarnos a contemplar el tiempo ni a capturar el cuerpo de otro dejando el propio en prenda.

Ellos venían de la zona de las sombras perpetuas donde la luna reinaba y la poesía invadía sus vidas, dejando los abrazos como moneda de cambio frecuente, los besos como pago impagable, y la unión de sus espíritus como terrenal y alcanzable. Todo lo medían en función de su necesidad de querer y acostumbrados como estaban a la oscuridad nos sorprendió que fueran capaces de dormir con los ojos abiertos. Porque para nosotros dormir era el ritual más sagrado, de ello dependía nuestro ritmo de vida.

Cuando nos dijeron que no nos haría falta la Gran Cueva para retener un poco de oscuridad, que podríamos ver en la oscuridad con nuestros propios ojos la luna y enamorarnos de nuestros sentimientos, y que ella nos inspiraría poesía y corazón, en fin, cuando nos describieron la noche y solicitaron nuestra ayuda para tener algo que deseábamos más que nada, no nos importó compartir la luz perpetua. En absoluto.

Nos contaron que eran viajeros incansables y que habían logrado llegar tan lejos que habían vuelto de nuevo a su propia ciudad, pero entrando por el lado opuesto: habían vuelto al punto de partida del viaje.

Por esto y después de estudiar las estrellas de su noche, revisar sus rutas y hablar con todos los pueblos de la tierra, habían llegado a la conclusión de que el mundo era esférico y que la mitad de él siempre estaba soleado y la otra mitad en sombra, es decir, el mundo estaba parado.

Trazaron entonces hasta tres líneas en el mapa del mundo que lo cruzaron de lado a lado y enviaron mensajeros a todas las aldeas situadas allí. La idea era solicitar ayuda para ponerlo en marcha.

Una vez convencidas las gentes de esta necesidad de dejar que el mundo rodara, a lo largo de las líneas se colocarían todos los habitantes disponibles y a la señal de una bengala todos al unísono darían un paso hacia delante, y con un preciso intervalo de tiempo de dos segundos, darían cinco pasos seguidos, y tras otros dos segundos, diez más, y así hasta no parar de caminar.

El proyecto se realizó con precisión matemática y nos encontrábamos todos preparados para dar el primer paso. Un nerviosismo se extendía a lo largo de nuestra línea. Los últimos de nuestra aldea saludaron a los primeros de aldeas vecinas y a lo lejos se observaban en ambas direcciones cómo la línea humana se perdía en ambos horizontes.

No se oyó ninguna respiración hasta percibir la bengala.

- ¡Ya!

Y un murmullo de alegría recorrió el mundo.

Hasta hoy.

Vacío

Vacío

Quiero borrar las lágrimas de tu cara, asustándolas con sonrisas y abrazos que te curen el alma. Necesito que me cojas la mano y la aprietes hasta que me duela y me ilusiones. Caigo en tu vida y me urge solucionarla, conseguir que navegues por aguas tranquilas, como tú haces con la mía.

Una noche blanca, un mar dulce, una balanza desequilibrada, un sinsentido escrito en mis labios. Así me veo. Hueco, pura cáscara de melón amargo.

Quiero tener tu cuerpo y tu proyecto, tus pasos y tu huella. Necesito un viaje a tu cama, a tu dominar los juegos. Me urge dejar de decir vacíos y fabricar momentos. Dejar de quejarme con alegría y de alegrarme de mis quejas. Quiero decir menos y hacer más.

Ayúdame.

LA VIDA FUTURA

LA VIDA FUTURA

Acabo de recoger a los niños del parque. Como ya han jugado bastante, les he sacudido un poco el polvo y los he guardado en el bolso. Ahora tomaré el autobús hasta casa. En la parada hay haciendo cola otras cinco mamás con sus bolsos que protestan y me insultan cuando me cuelo y me subo al primero que llega. Me gusta esta idea del Ayuntamiento de, en horas punta, contratar a cinco mamás con sus bolsos llenos de niños sin polvo que esperan al autobús para que te insulten cuando te cuelas. Quita monotonía a tus quehaceres cotidianos.

Le doy la dirección de casa al autobús, pero primero me lo tengo que ajustar a mi talla de pié. Ya está . Echo la moneda y mientras me lleva a casa leo la revista de cotilleo de moda. De Moda, cumple hoy 10 años de edición y hay un suplemento especial. Me pongo las gafas magnéticas tridimensionales para leer y sin darme cuenta llego a casa. Saco a los niños del bolso. Los armarios y las duchas corren a por ellos y en un plis plas los duchan y les ponen los pijamas.

Yo, mientras, preparo la cena. Llamo al telepizza y pido una de carbonara y otra de atún con bacon, jamón York y extra de queso. También un poco de ensalada para que se note la dieta mediterránea. Abro la ventana y recojo la pizza que ha venido volando. Ahora me toca poner la mesa, así que la saco del cajón, le estiro las patas y le aliso el tablero. Los cubiertos son automáticos así que no me preocupo de ellos.

Los niños se sientan a cenar. Les pregunto cómo les ha ido la Universidad y me dicen que bien, que tienen deberes. Demostrar la teoría de Schöredinger en el átomo de hidrógeno. Desde luego ¡menuda educación! ¡Cada vez peor!. A estas alturas, en mis tiempos ya estábamos en el átomo de He. En fin, les digo que es fácil y que les echaré una mano. Se zampan las pizzas y se retiran a sus cuartos a estudiar. Le cambié las pilas a los lectores de libros así que no tienen excusas para salir de allí.

Ahora espero a mi marido. Llega como siempre a las 2 p.m. Hoy dice que ha trabajado mucho, pero no le creo. Estoy seguro que la secretaria se lo devora. Ayer le faltaba un trozo de muslo y hoy ya le noto a faltar una pierna entera. En fin, ya se le regenerará esta noche. Él sigue con sus sucias mentiras y siempre las tengo que lavar yo. Cada vez son mas sucias y ya no sé qué detergente usar. Tendré que inventar otro. Pide la comida y le digo que se la haga él, que yo ya he tenido bastante con la de los niños, y que no grite tanto que están muy sensibles. Dice que le da la gana gritar en su casa, y que como nos está grabando, no podré denunciarle por malos tratos. Si ya me lo dijo mi madre, que éste marido le caía mal, y de hecho la última vez que le cayó, terminó con ella. Ahora seguro que viene del bar de beber leche con canela con los amigotes y de ponernos a parir a todas sus esposas hablando mal de nuestras habilidades en la cama (que si ya no le penetro como antes, que si ya no aguanto tanto, que si los hijos me la han dejado fofa. Qué sabrán ellos de parir.)

(--Mi marido escoge el mejor huevo de avestruz y se hace una paella, luego abre una caja de espaguetis y los engulle crujientes casi sin sal. Cocina mejor que yo, no hay duda.--)

Desde la revolución del 2 de Mayo de 2808, las mujeres pasaron a llamarse hombres y los hombres mujeres. Desde entonces gestamos en el escroto y parimos por el glande y por supuesto que nos cuesta trabajo movernos embarazadas. Los nombres de hombres están prohibidos. Nosotros somos simplemente nosotras y adoptamos hasta los veinte años de casados sus nombres que luego se emancipan y se los damos a nuestros hijos para que no se pierdan en el camino de su vida. Yo tengo dos hijos que me costó un ojo de la cara amamantarlos y adopté por tanto a dos nombres, que ya están bastante creciditos.

Si me divorcio otra vez, la gente murmurará, lo sé, pero me tiró los tejos el vecino del quinto. Ya sé, ya sé que no consigo cambiarme de escalera con mis seis divorcios, pero es que el barrio me gusta y el edificio también. En el próximo me iré al edificio de enfrente, que me ha dicho la del segundo que se divorció el otro día que sus esposos son bien avenidos.

En fin, que me voy al gimnasio, a cansarme con las máquinas y no ver más a mi marido, que seguro que se irá a jugar al tenis americano, al snow-fútbol y al strip-poker, y vendrá tarde. Cuando me tumben en la camilla, me pongan los electrodos de tres máquinas a la vez (una de ellas la de abdominales), me concentraré en cualquier sopicaldo y dejaré que me succione con apetito algún hombre con cara de oso hormiguero.

O me iré a Africa a morirme de sed o me iré de inmigrante a Venus. En fin. Tengo que rehacer mi vida.


(me voy a volar un rato y ahora vengo)

Cuestión de Supervivencia

Cuestión de Supervivencia

A mis hijos le decimos que busquen al papá o la mamá cuando:

a) Al papá:
- se hace caca el nene y hay que ir al wc por si se cuela.
- hay que hacer (o comprar) la comida
- hay que jugar al futbolín y dejarse ganar
- pide un cuento (o tiene mucho cuento)
- hay que llevarle al baloncesto (pero esto lo hago con gusto)


b) A la mamá:
- hay que acostarse con él un ratito antes de dormir (¡ojo! que si se queda traspuesta le toca sufrirME como cenicienta a su príncipe le sufrió)
- hay que hacer deberes (conmigo huyen)
- hay que hacer un puzzle, construir algo con el mecano o armar un animal que se convierte en monstruo, que se convierte en robot, que se convierte en camión espacial
- hay que darle ánimos y mimos ( a mí no me deja nada... bueno, un poquito sí)