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Erase Una Vez

Cosas de casa

Mochilas cargadas

Mochilas cargadas
Hay días en los que la mochila se te carga de miradas desafiantes, ecuaciones sin resolver, manuales inútiles por escasos, prisas, calores y poco sueño.

Hay días en que piensas que eres el urinario de todos los niños del mundo y que te reflejan que quieren ser los reyes del mambo y no saben cómo llamar la atención. Si hoy grité y no funcionó, mañana reiré a ver si consigo alguna conquista.

Hay días que te sientes el ombligo del mundo hasta que levantas la vista y ves que no, que estás rodeado de ombligos, a cual más orondo, profundo y peludo. Y cuando lo comprendes y quieres hablarlo, los ombligos que te rodean se dan media vuelta y se siguen automirando, que para eso son ombligos hechos y derechos... bueno siempre hay ombligos que son menos agujero y más oidos y a la postre son con los que me tomo el café.

Mañana toca sacar cosas raras de la mochila y desprenderme de ellas con risas.

La Buena Educación

La Buena Educación

- ¡¡Ay, Mariano, amorcico de mi vida y de mi corazón!!

Ese grito de mujer (fue un grito, sí, y fue de mujer, sí) venía del pasillo de las cervezas. Así que dejé de ordenar el inordenable carrito del Carrefour y picado por la curiosidad de ese amor tan ardiente asomé indiscreto el radar para ver más de la escena.

- ¡Me cago en tó lo que tiene patas y se menea!

Siguió la buena mujer, pero gritando menos apasionada, más controlada, más dolorida. Y tiró su zapato al suelo con rabia, con ganas de dejarlo huérfano de tacón. Su cara era mezcla de puro dolor y odio y mientras se masajeaba el pié desnudo con una mano, con la otra le daba golpes a las piernas del marido.

- ¿Pero es que no me has visto?
- Que sí, pero ha sido sin querer. Perdona, mujer
- ¿Sin querer?, ¡¡¡¡¿Sin querer?!!!!.

Y le dijo de todo menos guapo.
Él la quiso ayudar a levantarse pero ella no le dejó. Con prisas recogió el zapato del suelo, se lo ajustó y sin atender los balbuceos del marido le dio una bofetada en el brazo que seguro hubiera querido dar en la cara y se alejó cojeando por mitad del pasillo central a rebosar de gente, quitando pellejos, despotricando.

- ¡Sin querer!, ¡¡Sin querer!!. ¡¡Anda y déjame tranquila!!

El marido se queda con el carro en mitad de la nave mirando cómo se va cabreada. Con la boca abierta. Incrédulo. Resignado.
Se queda como escribiendo mentalmente 500 veces “No volveré a pisar los juanetes de mi mujer con el carro del Carrefour lleno”.
Se queda como asustado pero sereno. Debe saber que tiene las llaves del coche en el bolsillo y que por eso se libra de no regresar a casa andando.

Entonces me miró, me sonrió y me dijo:

- Hay que ver qué educada es mi mujer, que antes de nada me ha dicho que me quería.

Extraño

Extraño
Nunca se supo cuándo llegó al pueblo. Jamás por qué lo abandonó después de tantos años. Ni mucho menos quién se interpuso entre él y su familia.
Nadie se imaginó la suave aspereza de la bolsa que guardaba en su armario ni tampoco lo castigado que se veía en el espejo después de viajar a su través.
Todos envidiaban su ofensiva gallardía, su innegable felicidad, su aplomo. Cada uno de nosotros lo quiso imitar y nos sentíamos como una mala fotocopia emborronada, pasada de tinta o como una fotografía demasiado expuesta al sol de colores degradados.
La bolsa y el espejo eran su secreto y su perdición, su fe y su superstición, su buena mala suerte.
Todo era tan complicado para un pueblo furioso con ese hombre extraño que dejó de serlo un buen día cuando matrimonió con la viuda del médico y se hizo cargo también de una hija que no era la suya, convirtiéndose entre los maridos y padres, en el mejor.
Con el paso del tiempo la gente ya no supo de qué vivía. Unos decían que desaparecía con tanta frecuencia porque estaba metido en sucios negocios de la capital. Otros que nació rico y por eso no trabajaba como los demás.
Yo lo veía a ratos joven y a ratos viejo, como cansado de nosotros. En esos momentos de disimulada hartura, lo podía ver leyendo con frecuencia bajo la sombra de algún olivo, sentado en una jarapa franjeada de colores vivos, y si te acercabas a saludar, picado por la curiosidad de saber qué tenían esos libros que eran más importantes que las siestas, o que las conversaciones de los vecinos, sus ojos, muertos, contrastaban con los alegres colores que lo rodeaban. Por eso intercambiábamos alguna sonrisa, un buenas tardes y un rápido que usted lo lleve bien.
Pero lo cierto es que nunca le faltaba ni dinero ni humor para gastarlos en la cantina, ni generosidad ni conversación con las gentes que lo requerían, aunque a veces prefiriera la soledad como compañera de largos paseos por las colinas cercanas.


Puede que alguna vez escribiera un cuento que comenzara así. Puede.

¿Gustáis?

¿Gustáis?
A treinta y tres grados a pié de asfalto, y con las mangas cortas pululeando por la ciudad, se me ponen ojos pequeñitos cuando miro agradecido al Lorenzo, y bizqueo de pura alegría delante de mi hijo para sacarle una risotada.

Las gotas de sudor caen sin permiso tan sólo por andar y de las calles se evapora una bruma ligera que acalora.

Y sin más, cuando llego a casa, abro el armario, me pongo delante del espejo de la puerta y me digo que este veranito no me harán falta flotadores para la playa, que tendré que llevar gorra para no quemarme y que mi pequeño volverá a meter su índice en mi ombligo cuando quiera jugar a hacer desaparecer cosas.

Luego me miro con más cariño para decirme algo bonito... y no encuentro palabras.

Así que cierro el armario y me voy al frigorífico y me pongo otro Martini, a ver si las encuentro en el fondo del vaso o en las olivicas rellenas de anchoas que he sacado para acompañar. ¿Gustáis?

Los tres cerditos

Los tres cerditos
Me disponía a inventar el cuento de los zapatos invisbles a la vez que le daba la cena al pequeñajo. Pero resulta que el señorito tiene oídos muy regalados y manías cabezonas y dice que como no ha adivinado el título del cuento, no quiere oírlo. Y me cambia el cuento. Y ahora quiere que le cuente el de los tres cerditos.

Así que empiezo:
- Érase una vez tres cerditos....
- ...Un cerdito la construyó de paja, el otro de palos y el otro de ladrillo. Cuando el lobo...
“No, papi. El lobo no, que me da miedo”
(ya empezamos...)
- Bueno, pues el perro...
“Que no, que no.”
...
“Una cabra”
- ¿Cómo que una cabra?
“Sí una cabra chupacasas”
Así que entre risas continué:
- ...Y la cabra chupacasas dijo o me abres la puerta o chuparé, chuparé y chuparé y la casa me tragarééééé.
“Pero tienes que decir BEEEEE, como las cabras”
(no, si es que me lo pone difícil)
- ... Y la cabra chupacasas dijo BEEEEEEE o me abres la ...
“Eso ya lo has dicho”
- Sí pero no en el idioma de las cabras
Se queda pensando.
(¡¡toma ya!!. Le he hecho dudar . 1 – 0)
“Ja, ja no sabes hablar como ellas. Yo sí. Mira. BEEEEE... ¿qué he dicho?
(touché. 1 –1)
- Que te siga contando el cuento para acabar de cenar.
“No. Es cuando la cabra chupa casas se traga los palos de la casa del otro cerdito y tose porque se le atrancan en la garganta.”
(qué beso le dí)
- Entonces se escaparon corriendo a la casita de ladrillo
“Y la cabra tiene ahora una boca de pincho que se quema cuando se cae a la cazuela llena de agua hirviendo”
- Y la colita también
“¿Pero vas a terminar el cuento?”
(y encima me vacila el tío)
- Pero si ya lo has terminado tú.
“Pero tú tienes que terminarlo en el idioma de las cabras.”
- Vale. BEEEEE, la chupacasas, se BEEEEEÉÉÉÉÉÉE la cola y el morro de pincho y sale corriendo toda quemada., BEEEEEE, BEEEEEE, BEEEEEEEE.
(bocados, pellizcos, cosquillas, pedorretas...)
- Y colorín colorado este cuento se...
“Ha acabado”
Menos mal que terminé de darle la cena.

La hora golfa

La hora golfa
Entre las tres y las cinco de la mañana. Ya sabéis. La hora golfa. Oí una queja. Pero ni caso. Seguí a lo mío. Y entonces una mano me toca la espalda. Me la palpa como para convencerse de algo. Luego, no contenta se va a la cabeza. También, como para convencerse, da dos o tres palmaditas en la coronilla. Pero creo que no ha acabado de convencerse. Porque después de todo, nada la impide palpar un trozo de cara mal afeitada. Varias veces. Arriba y abajo. Abajo y arriba.
Ya convencida, la mano se posa en mi cadera. En el hueso. Glup. Escalofrío sensual. Respuesta inmediata. Se me levanta. ¡Sí! ¿pasa algo?. Me aprieta para fijar mejor la posición. Abro los ojos como Amenabar. Sonrisita tontita. Y mi cerebro mensajea al sudor, que se prepare, que preparados, que listos, que... que no. Que ahora me zarandea.
- Mox.... Mox.... el crío. Que quiere zumo.
- Brurmpfgrrrr. Son las...
- ¿Estás empalmado?
- ¡Sí! ¿pasa algo?
Y me levanté de la cama, con el sueño roto, dolido de intenciones malintencionadas y moxqueado como cualquier moxca con expectativas desexpectativadas a darle zumo al niño.

Ahora que empieza la temporada

Ahora que empieza la temporada
Somos como fresas y nata, todo mezcla, o como jabón y agua, que lavan. Algunas veces como cinturón y barriga que se sujetan aunque se opriman o como luz de luna y rayos de sol, que ni se pueden ver.

Pero como más me gusta es como lomito a la plancha y rebanada de pan tostadito con tomate, que hacen la boca agua, o como canción que extrae recuerdos y hace llorar o reir, según el momento y la canción.

Además, reconozco que como segurata de esta discoteca, no tienes precio. Ni como timonel tampoco, aunque sé que te mareas cuando navegas. Ni como directora de finanzas, ni como jefa del Departamente de I + D, ni como profesora de nuestros destinos.

Y ni como más cosas que me aburre decir por lo retórico... o porque no terminaría nunca, ya me conoces...

Lo sabes, ¿no?

Píderman

Píderman

Calentando motores...
"Ji, ji... Si me viera la seño Sorfanta vechstido de píderman... ji, ji."

Lugares

Lugares
Sueño con lugares cercanos donde se escuche a la hierba crecer, donde se escuche a las nubes viajar, donde se escuche a las gaviotas volar.

Sueño con lugares cercanos donde la noche se vista de día, donde la tempestad se vista de calma, donde las dificultades se vistan de alegría.

... Y sólo son pesadillas ...

Holmes

Holmes La afición favorita de mi abuela era apoltronarse detrás del balcón y ver pasar la vida. Reconocía a los presurosos, a los preocupados, a los que iban al bar, a los ennoviados, a los que no habían comido en todo el día, a los mentirosos...

Pero lo que realmente le gustaba era buscar los por qués a sus reconocidos. Una tarde que me senté un rato con ella jugó a adivina.

- ¿Ves el hombre de ahí enfrente? Dentro de poco, cruzará la calle, comprará en el estanco un paquete de tabaco, se encenderá un cigarro y saldrá corriendo.
Como si la hubiera escuchado, el hombre hizo lo que ella le predijo. La boca se me abrió un palmo y la miré entre escandalizado y asombrado tal y como se mira a una bruja, así que me contentó con una sencilla explicación para quitarse de encima mis asustados ojos.
- Ese hombre llevaba palpándose la ropa un rato con un mechero agarrado en una mano. Seguramente el paquete de cigarros lo dejó olvidado y por eso se compró uno nuevo. Salió corriendo porque llegaba tarde a su trabajo en la ferretería, dentro de cinco minutos.

Adivinó también la presencia de un ataúd en la calle en cuestión de minutos, y no se equivocó. Y es que vio que al tío Juan, su hermano, interrumpir la partida de cartas en el bar y, acompañado de tres cariacontecidos vecinos, entrar en su casa, que a la vez le servía de negocio: una funeraria.

Adivinó que dos novios se habían peleado porque a pesar de mantener las apariencias, circulaba mucho aire por medio de ellos, e imaginó que seguramente lo dejaran porque por la mañana había visto tonteando al novio con la hija de la panadera, y en el barrio todo se sabe y en cuestión de honores de faldas no había perdón.

Adivinó que un anciano (más que ella) no comió aquél día porque no se movió del banco de la plaza del barrio ni para entrar en casa, e imaginó que no tendría nada en la despensa (¿para qué entrar si no tengo comida?). Cuando llegó su hija cargada con una enorme cesta de esparto, le faltó tiempo para meterle mano allí mismo y llevarse a la boca un trozo de pan.

Se distraía imaginando vidas, viviendo sueños de otros o dominando existencias. Le costaba andar y raras veces salía de casa por eso se aferraba al mirador.

Allí constaté las dotes de observación de mi abuela, su profundo conocimiento de las rutinas del barrio, y sus acertadas predicciones. Era un poco mi particular Sherlock Holmes.

Largo Instante

Largo Instante
Entrecerré los párpados hasta que mis pupilas se convirtieron en noche oscura.

Entreabrí los labios suavemente y me acosté en los suyos.

Entrelazamos después nuestras lenguas que jugaron al escondite, a buscarse y a descubrirse, a explorarse y a atragantarse.

Y en ese largo instante fluyeron de mi garganta versos enamorados, temores infundados, cariños atrasados, conversaciones pendientes, alegrías reprimidas, calor entusiasta, manos posesivas, lunas brillantes, soles negros, amores distantes, amores próximos, amores incomprendidos, amores incomprensibles, melodías dulces, discusiones suaves, susurros estridentes, portazos que duelen, verdades mentirosas, verdades como puños, verdades a la cara, verdades terribles, verdades amables, trampas visibles, explosiones justificadas, silencios injustificables, un día entero, una vida alejada, un te quiero falso, un te amo sin palabras, un guiño cómplice, un ponte más cerca, un aquí estoy.

Entresacamos nuestros pensamientos, desenredando nuestras lenguas.

Entrevimos nuestros ojos, alegres.

Entremezclamos nuestras piernas llenas de deseo.

En un largo instante.

Picassmox

Picassmox
Tengo un admirador que me abruma para que prodigue mi obra. Tengo una crítica que literalmente se ríe de mis pinturas. Tengo otro espectador que prefiere no opinar pero que me busca cuando no le sale su dibujo.
¡¡Y todo en casa!!.

Dentro de poco expondré lo mas espiritual de mis creaciones en la galería "Los pasillos de mi hogar". Valga como ejemplo de sensibilidad existencial el cuadro de la foto titulado "Caballito con coche".

El invasor

El invasor Tuvo que reírse. No le quedó más remedio.

Mi pequeño saltó a nuestra cama porque le dolía una uña del dedo gordo del pié derecho, o lo que es lo mismo, que se había hartado de estar solo. Se entremetió en nuestras sábanas, le descubrió el ombligo a mi mujer, lo acarició y gritó “¡¡¡Qué suaaaave tienes la barriga, mami!!!”. Luego se apoyó en el vientre y se puso a escuchar atentamente. Estuvo así un ratito, que para él es un eternidad, hasta que se desternilló de risa. Sin parar de escuchar y reírse, de reírse y escuchar, nos acabó diciendo “¡¡¡Mamá, tienes un corazón pedorro !!! ”

Mi moza no tuvo mas remedio que reírse... y eso que era domingo y las seis de la mañana.

Golpe de efecto

Golpe de efecto Cuando me encuentro con unos ojos bonitos, una sonrisa sincera, un cuerpo admirable o una cara preciosa, automáticamente meto la barriga y ensancho el pecho... por si acaso se fijaran.
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La mañana del Sábado, mis críos y yo, nos pusimos delante de una pared. Íbamos armados de raquetas y de varias pelotas de tenis, y todo consistía en pegarle a las pelotas con las raquetas para que rebotaran en la pared y no fallar para que durara la jugada y no se aburriera nadie.

Como siempre pasa en estos casos nada salió bien. El pequeño terminó dándole a una pelota de tenis con palas de playa porque le pesaba demasiado la raqueta. Los mangos de las palas se le salían cada dos por tres y me pedía que se los arreglara. El mayor hacía lo que podía y yo le daba explicaciones para que mejorara. Luego le daba más explicaciones. Luego le daba las mismas explicaciones pero de otra forma y luego me iba a comerme las pocas uñas que me quedan a un rincón, contaba hasta cien y volvía.

Cuando teorizas a alguien sobre la filosofía del “mira cómo se coge la raqueta”, “dale a la pelota con la raqueta recta”, “te sujeto la raqueta y tu mano aquí con la mía”, “así no”, “así sí”, explicas escondido tras la espalda del alumno como lo haría un profesor cobarde que no da la cara, entre otras cosas para evitar quedarse sin ella, claro. Es un “trabaja pero seguro, así que no hagas el tonto y no te pongas delante o a los lados, a tiro de raqueta”.

A lo que iba. El profe cobarde le dice a su alumno que saque dando a la pelota por delante y de abajo arriba porque es mas fácil ahora que está aprendiendo. Le coge la mano y la raqueta y le enseña el movimiento. Tres veces. A la cuarta lo va a hacer él sólo y el profe cobarde que se esconde tras su espalda lo anima: “¡¡Ahora tú!!, ¡¡Hazlo como antes!!... pero al canalla del alumno le puede mas la televisión y el saque de Carlos Moyá que los consejos de un vulgar padre y saca como en el tenis: Raqueta hacia atrás con fuerza para darle a la pelota con poderío.

El profe cobarde ya no tiene cabeza. Tiene un cráneo destrozado. Y un dolor de ceja enorme. Y una mala leche impresionante. El chichón crece por momentos y hay una poquita de sangre, para que no falte de nada.

Me voy a mi rincón a terminar con las uñas, beberme los dos litros de agua que llevábamos y contar hasta tres mil. A puntito de hacer una barbaridad.
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El sábado por la tarde, salí a la calle y me miró MUY FIJAMENTE una chica de ojos bonitos que estaba esperando el autobús, pero es que la dueña de un cuerpo admirable que salía del portal de su casa TAMBIÉN, TAMBIÉN. Y, de vuelta al piso, la novia cara-preciosa, sonrisa-perfecta de un vecino ¡¡ME HA DICHO “HOLA”!!. ¡¡Hasta en casa me han acariciado la cara!!. Y lo mejor de todo es que no tuve que meter la barriga ni ensanchar el pecho. Esto de llevar la cara marcada tiene sus ventajas.

El mismo domingo seguimos con el tenis...

Esas otras fotos

Esas otras fotos Y ahora tocan las fotos en las que he cometido el pecado de atentar contra la dignidad de las personas. Por ejemplo, tengo una de mi mujer recién levantada, otra de mi cuñada hablando, otra de mi cuñado (sí, sí, el de la cerveza) debajo del agua y con la cara desencajada,como si hubiera estado encerrado en una jaula él solo con catorce tiburones, doscientas pirañas y cuarenta cocodrilos a la vez, otra de mi padre miccionando a un barranco, otra de mi madre con unos escarpines de submarinista entrando a una playa con piedras y una de mi hijo mayor creando el día, que es la que sale en el post aunque ésta no sea pecado sino simplemente bonita.
Por supuesto, hay también algunas otras fotos soeces que me callo por no escandalizar...

Sobre gustos...

Sobre gustos... Me gustaría contar una historia que hable de deseos cumplidos, de amores ennoviados, de gentes amables y de sonrisas abiertas.

Me gustaría expresarme con frases como el tiempo es para vivirlo, o no por mucho madrugar los amaneceres serán más bonitos o tal vez, ojos que no ven ellos se lo pierden.

Me gustaría no tener que hablar, que simplemente emitiéramos ondas de estado de ánimo para comunicarnos, o que nos entendiéramos con nuestras miradas.

Me gustaría fotografiar a los que quiero y atesorarlos cerquita de mi imaginación para tenerlos más a mano en los momentos complicados.

Me gustaría dormir en tu cama, pasear a tu lado, ayudarte a respirar, besarnos bajo el agua, tenernos veinticuatro horas seguidas, pintarte mientras me pintas, ser tú mientras soy yo o quererte así desde mi habitación. (Menos mal que nunca leerás esto. ¡Qué verguenza no decírtelo a la cara!...)

Me gustaría ir abrazando a la gente por la calle, llorando de alegría porque sí, porque tengo suerte de que me quieran y de querer, y de que los demás me entiendan por mi estado de ánimo y se pongan a fotografiarme y me atesoren cerquita de su imaginación porque son amables y de sonrisas sinceras y viven su tiempo con los ojos bien abiertos.

El perfil

Puede ser por coquetería masculina o tal vez porque quiere que su gente lo recuerde apuesto. El caso es que mi padre siempre ha salido con su mejor perfil en las fotografías. Al menos hasta que llegué yo. Desde que comencé a sacarlo raro (desde atrás, mirando por encima de su hombro a la cámara, o con el objetivo apuntando desde su barriga al cielo y sacándole como si acabara de encontrarse un molesto chicle pegado al zapato, o cuando acerté a tomarle una dudosa sonrisa por el lado malo), ya no me mira de igual forma. Su pose se desvaneció en cuestión de dos rollos de película y siguió perdida todo el tiempo que me dio por mostrar a la gente con los gestos naturales de no-estar-prevenidos-delante-del-fotógrafo.

Eso sí. En reuniones de familia que exigían el retrato para el recuerdo oficial del acontecimiento, mantuvo la pose. Se situaba siempre a la izquierda del grupo, hinchaba pecho y vigilaba la cámara dejando ver su lado izquierdo levemente girado. Una medio sonrisa iluminaba su cara de satisfacción cuando el flash le indicaba que el momento había sido inmortalizado y su mejor perfil grabado para la posteridad. Vamos, más guapo que Julio Iglesias.

Cuando me vi en esta foto, retratado por mi lado malo, que es precisamente su lado bueno, sin siquiera sonreír, sin sacar pecho, y sin girar levemente la cabeza, sin peinar, con la boca abierta como un pasmarote y con todos los pelos de los hombros a la vista , automáticamente comprendí que la venganza es un plato que se sirve frío.

Mi peor perfilImage Hosted by ImageShack.us

¡Ah! ¿Qué quién hizo la fotografía? Mi hijo, claro.

La oradora

La oradora La novia de mi sobrino no es dentista, pero me deja con la boca abierta cada vez que habla... A mi y a otros siete. Lo curioso del caso es que todos esperamos ansiosos oírle hablar para movernos aunque nos parezca estúpido lo que nos dice. El otro día, por ejemplo, nos hizo marchar dando botes de un lado al otro. También ir de espaldas mirando al techo con una pastilla de plástico en la frente. Y si a mitad de camino nos rebelamos y nos paramos, ella, que nos observa, nos azuza insuflandonos ánimo y nos regala aplausos. Nos remuerde la conciencia y llegamos siempre al final para volver a escucharla. A veces nos reta a grandes empresas y otras nos pide un rápido esfuerzo. Y mientras habla, todos abrimos la boca y nos reímos de las cosas que dice por lo extrañas y complejas que son. Hasta nos deja bromear entre nosotros para ver quién es el guapo que lo hace el primero. Y nos sentimos pequeños, como si la miráramos desde por debajo de sus pies. Delante de ella me siento flotar... Yo y otros siete.

Cuando salimos de la piscina nuestra monitora suele finalizar la sesión con unas risas y unas frases de afecto. Y es entonces cuando ya no me falta el aire y puedo respirar por la nariz... Y los otros siete también.

Cochinadas Exquisitas

Cochinadas Exquisitas Como yo, que inundo con mayonesa los macarrones con tomate.
Como mi hijo que se come las palomitas con Ketchup.